Una mejenga de verdad

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La plaza, como corresponde al escenario de una mejenga auténtica, carece de líneas marcadas con cal: no están señalizados el medio campo, las áreas grandes y pequeñas ni los puntos para cobrar penales o tiros de esquina. Después de todo, en un clásico de barrio, barra de amigos o compañeros de colegio nunca hay penales y la bola sale de la cancha en cuanto rueda sobre alguna acera.

Otro detalle que le hace honor a este tipo de partidos en los que afortunadamente la FIFA no mete manos (pues no son dólares los que están en juego, sino deporte y diversión), es que los equipos no están uniformados. Cada jugador viste como quiera, sin velar porque la camiseta combine con la pantaloneta y ambas prendas hagan juego a la vez con las medias.

Como si fuera poco, ninguno de los dos equipos tiene ocho jugadores, mínimo requerido para un juego, pero eso tampoco importa; a la hora de mejenguear no hay reglamento que valga.

No podía faltar el hombre con sombrero sentado a pierna cruzada en un poyo ubicado en las esquina sureste de la plaza. Se me antoja imaginarlo burlón, haciendo mofa de los yerros de los mejengueros; sí, comentando en voz alta y riendo a carcajadas. Todo pueblo de nuestro país cuenta con al menos un personaje así, el socarrón que no juega ni futbolín, pero se deleita haciendo leña del árbol caído.

En la otra esquina, la noreste, hay un árbol frondoso que le da sombra al taxista que observa con toda tranquilidad la contienda criolla recostado sobre la trompa del vehículo rojo. Claro, al final del día se quejará de que la calle está dura, los piratas lo perjudican y se quedó corto con la cuota que debe darle al dueño del carro.

Sin duda alguna, se trata de una plaza de pueblo pues a su alrededor hay un templo católico con dos torres, una escuela, un súper con el nombre Amistad, un bazar, una pulpería (donde posiblemente todavía dan feria), el edificio de la municipalidad (donde el percolador del café es el empleado del mes), dos panaderías (puedo oler el pan dulce y el pan blanco, gatos, galletas, bizcotelas, orejas...) y algunas casas de habitación en cuyos techos y jardines han de caer los balones.

En fin, todo un deleite observar con atención el cuadro titulado La mejenga, de la firma holahola. Un gol para la vista.