Un partido con futbolistas tiesos

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Los porteros estaban de pie, cada uno de ellos exactamente en el centro de la línea de cal que corría de un vertical a otro del marco.

En esa posición y ubicación permanecían todo el partido; no se lanzaban a los costados para atajar un remate, no saltaban en el área para despejar un balón con los puño, tampoco achicaban ni se tiraban contra las piernas del delantero que amenazaba la portería. Quietos, inmóviles, como estatuas.

Algo parecido ocurría con los defensas. Línea de cuatro, por lo general; dos en el centro y dos en los costados. Ninguno de ellos abandonaba nunca su puesto. Estaban clavados en el terreno de juego. Ni siquiera miraban hacia atrás para atender las indicaciones del guardameta.

Eso sí, jamás se lesionaban, salían expulsados o los directores técnicos los cambiaban.

Los mediocampistas eran también unos tipos extraños: no se les veían los tacos, las medias, la pantaloneta ni la camiseta. Imposible saber cómo eran sus brazos y sus piernas, pues nunca separaban estas extremidades de sus cuerpos de acero. Tampoco abrían los ojos ni la boca.

Se supone que tenían orejas y nariz, pero no hay certeza acerca de cómo eran. Fríos, inconmovibles, acostumbrados a los martillazos de la vida.

¿Y los delanteros? Nunca celebraban los goles con abrazos, brincos, gritos, corridas hacia los banquillos (pensándolo bien estas estructuras no existían) o hacia los aficionados, o con provocaciones a los rivales.

Jamás rotaban, driblaban, cambiaban su forma de patear la bola, sorprendían con un túnel, una bicicleta o una rabona. Absolutamente apegados al libreto.

No había árbitros ni guardalíneas. Tampoco aguateros ni preparadores físicos. La tabla, plana, bien lijada y pintada no daba para tanto; no había espacio para tanta gente. Mucho menos presencia de prensa deportiva. De las rumberitas ni se hablaba; habrían tenido que tener una altura de pulgada y media o dos pulgadas… ¡quién iba a fijarse en unas criaturas diminutas y tiesas!

El balón era lo único que se movía sobre la cancha. Tenía el tamaño de un garbanzo, solo que era de vidrio, transparente y con vetas de colores en su interior. Sí, era una bolincha que se pateaba con dos paletas de madera, similares a las de las chocoletas.

Imposible olvidar lo maravilloso que era jugar fútbol en un futbolín hecho con clavos y madera.