Tiene razón Nick Hornby

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El fútbol me hace sonreír, reír, aplaudir, saltar, cantar, tararear, gritar, bailar, silbar, abrazar, gozar, divertirme, destensarme, liberarme, ser espontáneo, imaginar, soñar, bromear, jugar, provocar, alzar los brazos, temblar, sudar.

Sí, tiene magia. Es un deporte único. Despierta mis pasiones, entusiasmos, alegrías. Me saca de la rutina. Me hace comerme las uñas. En algunas ocasiones tiene el poder de ayudarme a reencontrarme con mi niño interior. Como si fuera poco, como si con todo eso no bastara, entra en el ático de mi memoria, desempolva los baúles, los abre y pone a rodar memorias que hacía años no jugaban.

El fútbol es capaz también de indignarme, enojarme, desanimarme, entristecerme, causarme dolor, desencantarme, tomar distancia, alejarme, perderme, tornarme parco, guardar silencio, esconder mis emociones.

No lo niego, tiene la habilidad de desnudar mi más bondadoso rostro de Dr. Jekyll pero también la mirada inquietante de Mr. Hyde, según la novela de Robert Louis Stevenson, o bien, el lado luminoso de Buono y la faz oscura de Gramo, de acuerdo con la novela El conde demediado , de Italo Calvino. Ser humano, al fin y al cabo.

El fútbol tiene magia, ingenio, chispa, creatividad, color, locura, misterio, sorpresa, osadía, luz, fuego, intensidad, aire fresco. Es una ventana abierta al verano, un árbol repleto de frutos maduros, dulces y jugosos, la carrucha del hilo que nos eleva como un papalote.

Claro que sí, eso y más, mucho más. No me lo contaron o enseñaron, tengo la dicha de experimentarlo desde mi niñez, época desde la que nos hicimos amigos gracias a un hogar donde siempre había al menos una bola, al menos un radio transmitiendo un partido, al menos un grito de gol cada domingo.

El fútbol, sin embargo, puede ser arrogante, orgulloso, pesado, hiriente, inmisericorde. A ratos es una puerta que se cierra de golpe, luz que se apaga, teléfono mudo.

Tiene razón Nick Hornby, escritor británico que en el primer párrafo de su novela Fiebre en las gradas confiesa: “Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo”.