Seguidores del Cartaginés: Las generaciones de una afición sin títulos

Los seguidores del Cartaginés ya casi no recuerdan qué se siente festejar un título de campeón nacional. ¿Por qué miles de personas se mantienen fieles a un club que no les otorga celebraciones?

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La cantaleta es casi tan vieja como el equipo mismo. La sequía de títulos se ha extendido durante 75 años; tres cuartos de siglo en los cuales la afición del equipo lo ha escuchado todo: muñecos, maldiciones, errores administrativos, robos arbitrales, inoperancia deportiva y deslealtad a la camiseta.

El 12 de enero de 1941, cuando el Cartaginés fue campeón por última vez, el club tenía apenas 34 años y medio de fundado. Aquel era su tercer título conseguido en una liga profesional que comenzó en 1921. Es decir, que en el fútbol profesional costarricense, el Cartaginés se llevaba un título cada siete años, en promedio.

Esa media, que sin ser aplastante, sí era comprensible, no ha hecho más que empeorar con el pitazo final de cada nueva temporada. Aunque el equipo haya vivido etapas gloriosas, no ha ganado el título nacional. Aunque el equipo sea el bicampeón del torneo de copa, no ha ganado el título nacional. Aunque el equipo sea ya un personaje inamovible de la cultura costarricense de los siglos XX y XXI, no ha ganado el título nacional en 75 años.

Entonces, ¿por qué existe un grupo de personas –cuya cantidad varía según los resultados– que apoya sin cesar a este club ingrato, eterno enamorado del drama? ¿Por qué la vieja guardia, la superviviente, la que todavía recuerda el último título, sigue pendiente, domingo a domingo, de los resultados del equipo? ¿Por qué centenares de jóvenes que no tienen idea de qué significa celebrar un campeonato se ponen, todos los fines de semana, la camisa azul y blanca y apoyan sin cesar a un cuadro que, a veces, parece no merecerlos?

¿Por qué generaciones tan distintas asisten, fieles, al estadio Fello Meza, domingo a domingo?

Jaime

Hay detalles que las fotografías no pueden mostrar, solo los recuerdos.

Don Jaime recuerda, por ejemplo, que la camiseta que portaban los jugadores del Club Sport Cartaginés durante el campeonato de 1940 era de color azul oscuro y tenía el cuello blanco. No era muy delgada, como las que se estilan actualmente para la práctica deportiva. Era, más bien, gruesa, “alanadita”, dice don Jaime.

—Si no me equivoco –se disculpa don Jaime–. Ha pasado mucho tiempo.

Jaime Meza recuerda el día en que los goles de su hermano, Fello, hicieron al Cartaginés campeón. Foto: Gabriela Téllez

Don Jaime habla con una voz gruesa. Toma ligeras pausas entre las frases. En su garganta, las palabras avanzan despacio, como sus propios pasos: camina apoyado por una andadera por los salones de su hogar, que está ubicada en el centro de Cartago; como las casas del Cartago de antaño, apenas a un par de cuadras de la plaza Mayor y de las Ruinas, donde ya no vive gente, donde solo permanecen los cartagos de otros tiempos.

A don Jaime y el Cartaginés que fue campeón hace 75 años los ata un vínculo particular, indestructible. No solo porque don Jaime haya sido, durante sus 90 años, un fanático empedernido. No solo porque después él mismo haya vestido la casaca blanquiazul. No solo porque aficionados como él, que hayan podido celebrar un título nacional del equipo brumoso, quedan pocos.

A don Jaime lo ata, sobre todo, la sangre.

Don Jaime se apellida Meza. Su hermano mayor, José Rafael, era la estrella de aquel cuadro campeón y hoy da nombre al estadio que alberga al Cartaginés. El hermano del legendario Fello Meza, lúcido y simpático, todavía recuerda a quienes alineaban junto a su hermano, como si estuviera leyendo sus nombres en el diario.

—Estaba Manuel Cantillo, que era de Tres Ríos y era muy buen portero; estaba Enrique Madriz, que era de Taras y jugaba en la defensa; si la memoria no me engaña, creo que Enrique llegó a jugar en La Habana, en Cuba. José Manuel Cisneros jugaba de centro medio y era el director de orquesta.

Con paciencia, con todo el tiempo del mundo, don Jaime enumera a los 11 titulares que derrotaron al Herediano hace tantos años, 4 goles contra 3, tras ir perdiendo 3 a 1 en el descanso. No solo los enumera, sabe dónde jugaron después, de dónde venían, dónde trabajaron además de dedicarse al fútbol.

Pese a todo, el hombre que recuerda la historia de cada jugador del equipo de hace 75 años no estuvo en las gradas del viejo Estadio Nacional la última vez que el Cartaginés gritó el alirón. El hermano de Fello Meza, entonces un muchacho de 14 años, no pudo asistir porque los tiempos eran otros: movilizarse hasta la capital era un asunto complejo en los años 40. Don Jaime no conoció San José hasta que fue un adulto.

—Yo estaba en la casa de mi hermana, que yo visitaba muy a menudo, donde hoy está la Corte, pegado al radio, sufriendo.

Tantas décadas después, don Jaime sigue pendiente del equipo. Me habla del partido contra Limón, que el Cartaginés ganó sufriendo dos días antes de nuestra entrevista. Me dice: “tenemos esperanza para este año”. La misma que la afición brumosa ha tenido durante 75 años.

Jefry

La noche del 25 de mayo del 2013, Jefry Muñoz tenía el pulso agitado. Estaba más tenso que nunca y probablemente tenía las palmas de las manos empapadas de sudor. Había vivido los 120 minutos más complejos de su vida –al menos, de su vida como fanático– y ahora, a 11 metros del arquero Luis Torres, estaba de pie Yosimar Arias, su pierna como un hacha de verdugo, a minutos de cortar la cabeza de un sueño: el anhelo de Jefry y miles como él.

Jefry Muñoz , presidente de la Peña Ballet Azul; detrás, sus hijos, pintados por su madre. Foto: Gabriela Téllez.

Casi tres años después de aquella larga noche en el estadio Rosabal Cordero, Jefry está sentado en la casa de sus padres, cerca de la Basílica de Los Ángeles. Es el día de su cumpleaños número 32. Su madre, Rocío, le reclama por no haber estrenado el pantalón que le regaló y le avisa que ya está servido el almuerzo, que si no se apura la sopa se va a enfriar.

—Ese es el peor recuerdo que tengo como aficionado. Cuando perdimos esa final.

Cuando Jefry nació, en enero de 1984, el Cartaginés ya acumulaba 43 larguísimos años de no coronar campeón. A sus 12 años, en julio de 1996, el equipo consiguió llegar a la final del torneo, en la que se enfrentó a la Liga Deportiva Alajuelense. Durante el primer tiempo del partido de ida, que se jugó en el Fello Meza, Cartaginés anotó un gol que Jefry gritó como nunca antes había celebrado ningún otro.

—Recuerdo que me abracé con un niño que estaba a la par mía. Tengo muy grabado eso: celebrar con alguien a quien no conocía.

En buena medida, la vida de Jefry ha sido una extensión de aquel abrazo con un desconocido. Su afición al equipo fue una herencia de sus abuelos, con quienes el sempiterno tema de conversación era: “¿Cómo estamos para el domingo?”.

Durante una mala temporada del equipo, en la que se disputó el descenso a Segunda División contra el Municipal Liberia, Jefry y otros amigos comentaban en los foros del sitio web del Cartaginés. En algún momento de esta temporada, los muchachos decidieron formar un grupo para ayudar a los jugadores del equipo –cuando la planilla de un equipo depende de la taquilla, los fracasos deportivos afectan mucho más que la tabla de posiciones– y, sobre todo, colaborar con sus ligas menores.

Así nació la Peña Ballet Azul, que se define a sí misma como una organización sin fines de lucro que busca “apoyar al Club y solventar las necesidades que este presenta”. Jefry es hoy el presidente de esta asociación deportiva, que continuamente organiza actividades en beneficio de los jugadores más necesitados del equipo.

—Por ejemplo, hace un tiempo, cuando subieron de ligas menores a un muchacho que se llama Héctor Hidalgo, él no tenía tacos para el equipo de Primera División. Nosotros se los compramos –cuenta Jefry.

Paralelo al nacimiento de la Peña, la afición del Cartaginés ha vivido, durante los últimos 10 años, más o menos, un fenómeno particular: se ha rejuvenecido. No es raro encontrar a grupos de muchachos y muchachas muy jóvenes en las gradas del Fello Meza, ataviados con la camisa azul y blanca, apoyando a un equipo que, aunque ha dejado atrás el fantasma del descenso que le acosó durante los primeros años de este siglo, sigue sin poder concluir un torneo por encima de todos los rivales.

Para Jefry, esto se explica a través de la identidad y del apego a la ciudad, a sus costumbres, a su gente. Cuenta que su hija Sofía, de 12 años, es una de esas jóvenes fanáticas al equipo y que, cuando se le cuestiona por qué apoya a un equipo al que nunca ha visto ser campeón, responde: “porque yo soy de aquí”.

La afición al Cartaginés no se compra, solo se hereda.

Jorge

Cuando don Jorge Luis Villanueva era un chiquillo, asistía junto a sus amigos a la plaza Asís, en el centro de Cartago, a ver un jugador del Club Sport Cartaginés que entrenaba solo. Pasaba horas, el muchacho, practicando amagues, regates, disparos. Los mismos que, en la cancha, lo convertirían en un mito inmortalizado en el nombre del estadio. En una de esas tardes, don Jorge y sus amigos se acercaron al joven, quien los atendió simpático. Uno de los niños le dijo: “Fello, Fello, ¿cómo es que te llamás vos?”.

Jorge Luis Villanueva ha estado ligado toda su vida al Cartaginés, incluso fue su presidente. Foto: Gabriela Téllez.

—Fue Jorge Alfredo Robles, que después fue abogado y, luego ,embajador en Rusia –recuerda entre risas don Jorge, exdiputado por la provincia, expresidente del Cartaginés en dos ocasiones, sentado en su oficina legal, en el centro de Cartago. Pronto le pide a su secretaria que le alcance fotos, un vaso, una bufanda.

El Cartaginés es el Cartaginés, me dice cuando le pregunto qué ha significado el equipo a lo largo de su vida. No miente: su vida no se entiende sin el club al que todavía hoy apoya con un ahínco envidiable, con una fuerza de voluntad que va más allá del tiempo y el espacio. El amor por el equipo es infinito.

—Imagínese que mi hermano Jaime fue el primer socio que tuvo el Cartaginés. Yo siempre he estado ligado al club.

Ser aficionado al Club Sport Cartaginés es un fenómeno difícil de explicar. Don Jorge dice que el cartago se distingue por su apego a la tierra, porque históricamente ha tenido que luchar contra terremotos, contra inundaciones, contra volcanes. Dice que cuando la ciudad se derrumbó con el terremoto de 1910, se elevaron voces que pedían a la masa no huir hacia San José, sino más bien quedarse y reconstruir a partir de las ruinas.

—Pese a todo, nosotros nunca hemos abandonado nuestra tierra. Y tampoco nuestro equipo.

Al Cartaginés le agobia un terremoto cuyas réplicas no han cesado en tres cuartos de siglo. Poco puede defenderse de un equipo que históricamente ha cometido –y ha sido víctima– de todo tipo de errores. Su afición, en cambio, nunca ha huido. Y, con todo en contra, se mantiene todavía como una voz en alto que pide reconstruir a partir de las ruinas de los últimos 75 años.

¿Lo lograrán?