Qué necedad en los estadios

Artículo de opinión. Ya es hora de que quienes afean el fútbol al no saber comportarse en las gradas le hagan un favor a los verdaderos aficionados y a su equipo y dejen de ir al estadio

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Le tocó a Elieth Artavia en el clásico, pero pudo haber sido a un técnico, a un jugador, al árbitro, a usted como aficionado o a mí como periodista.

Pasó ahí, pero pudo haber ocurrido en cualquier estadio.

Fue en el Ricardo Saprissa, pero pudo suceder en el Morera Soto, en el Fello Meza, en el Colleya Fonseca, en el Lito Pérez, en el Chorotega o en cualquier reducto que se le venga a la mente.

Sea donde sea, no hay justificación.

No se trata de dónde ocurrió, sino de lo que pasó, que fue muy serio.

No es justo que la comisaria del clásico se llevara un susto así, que derramara sangre, que hoy ande con dos puntos de sutura en la frente.

¿Qué tal si esa moneda se la hubiesen pegado en el ojo? Ni Dios lo quiera.

Pero de verdad, qué cansado con esos malos aficionados al fútbol. Esos que lo afean.

Esas personas que no saben comportarse en el estadio, que se olvidan de disfrutar de un partido, esos que pierden la cabeza, que se transforman, que se vuelven un peligro y le acarrean problemas al equipo de sus amores.

Los que van en contra de los valores que su institución pregona.

Son quienes no dimensionan que el balompié los une a todos en la pasión por ese deporte y que si bien es cierto, existen los colores y las rivalidades, nunca se debe olvidar que es un juego.

Que el propósito del fútbol es ganar, de acuerdo. Pero también hay que saber perder o empatar.

Eso es lo que no tienen claro esos aficionados problemáticos, que nadie se los ha explicado, que quizás hasta regresan a casa con la cabeza caliente y con sus seres queridos terminan de desquitar esa rabieta que les causó un partido de fútbol.

La verdad es que eso es tan absurdo como angustiante y peligroso.

¡Qué necedad! Revivo esa expresión que hace unos días dijo Jeaustin Campos para aplicarla esta vez al comportamiento de ciertos aficionados que perjudican a todos los demás, que atentan contra el ambiente familiar por el que los equipos luchan tanto.

Es como meterse un autogol. Los clubes se esmeran en hacer que cada vez sea más agradable la experiencia de ir al estadio, pero unos cuantos solo llegan a causar problemas.

Lanzan monedas cuando desde hace años están en la lista de artículos prohibidos en el estadio.

Tiran encededores cuando los escenarios deportivos son espacios libres de humo.

Pero es que la solución tampoco está en buscar detectores más especializados para evitar el ingreso de monedas y demás artículos, pues hasta ocurrió lo insólito.

En el clásico hubo alguien a quien se le ocurrió lanzar a la cancha la llave de un vehículo. Definitivamente, sin palabras.

Y contaré una anécdota. A los miembros de la prensa deportiva nos permiten que entremos al estadio con computadoras, cámaras profesionales, trípodes y todo lo que necesitamos para nuestro quehacer.

Eso incluye paraguas y sombrillas. Se moja una computadora, una cámara, un lente y hasta ahí llegó.

Durante el torneo pasado, hubo un partido de noche en el Morera Soto, en pleno invierno y bajo un aguacero.

Tenía que caminar 100 metros del parqueo al estadio, iba con sombrilla y una funcionaria de la Liga se empeñó en que no podía ingresarla, a pesar de que todos los demás periodistas sí metieron su paraguas.

Los fotógrafos y camarógrafos hasta lo tenían abierto en las áreas de la cancha asignada para su labor. De lo contrario, se empaparían trabajando.

En mi caso, no hubo manera. Ella agarró mi sombrilla, la guindó en una de esas vallas de metal amarillas que usan como carrileras en la entrada y cuando salí después de reportear ya no estaba. Al menos había escampado un poco.

Gracias a eso, para la próxima época lluviosa tendré que comprarme una sombrilla.

Pero de regreso a este artículo de opinión, insisto: ¡Qué necedad!

Ojalá los verdaderos aficionados denuncien a aquellos que solo llegan a causar problemas, a esos que son los únicos responsables de que a un club le veten la cancha y le pongan multas.

Ese lanzamiento de objetos a la cancha es algo que se debe erradicar, igual que los lamentables y 100% reprochables insultos racistas y xenofóbicos.

Nada de eso es fútbol y de nuevo lo repito: ¡Qué necedad!