Opinión: La imaginación de mi hermano

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La imaginación. Ese era el ingrediente más importante en aquellos partidos de los años 70 que evoco con cariño de vez en cuando.

Me refiero a la fantasía, invención y capacidad de soñar de mi hermano menor, Ricardo, quien en ese entonces era un niño con el ingenio suficiente para creer que una bola de ping pong era un balón de fútbol; el piso de mosaico de la sala y el comedor, el campo de juego de un estadio repleto de aficionados, y las puertas del cuarto de mis padres y la que daba a la calle, los marcos donde se ubicaban dos porteros ficticios.

Aún hay más: él era el único jugador que se movía en aquella cancha. Sudaba a chorros recorriéndola en una y otra dirección; las patas de la mesa y las sillas del juego de comedor eran las piernas de otros jugadores que —dependiendo de las circunstancias— lo marcaban o formaban parte de su equipo, en tanto que a alguna maceta u adorno le correspondía el papel de barrera ante el cobro de un tiro libre.

¿Y cuándo se cobraba una falta de esas, o bien un penal? Cuando el piso recién encerado le provocaba una caída a mi hermano. Entonces, él mismo —pues también desempeñaba la función de locutor deportivo— exclamaba “¡penal! ¡penal clarísimo! ¡Al defensa no le tembló la pierna para embestir al delantero y el árbitro no titubeó para señalar la pena máxima!”

Lo anterior significa que Ricardo no solo era futbolista, sino también narrador radial, árbitro y guardalíneas.

Es más, también los fanáticos en la gradería; imitaba sus reclamos, silbatinas y gritos de gol.

Así se jugó más de un clásico entre el Deportivo Saprissa y la Liga Deportiva Alajuelense en la casa que habitábamos en San Pedro de Montes de Oca. A veces era el manudo Omar Arroyo quien anotaba un golazo; en ocasiones, el morado Evaristo Coronado. De repente un paradón de Marco Antonio Rojas; como respuesta un desvío suicida de Alejandro González. En ocasiones era Rodolfo Mills quien salvaba la portería liguista; tarea que al otro lado cumplía Nelson Bastos.

Ocasionalmente, por no decir que rara vez, jugaban también el Club Sport Herediano y el Club Sport Cartaginés.

La imaginación, la fantasía, invención, ingenio y capacidad de soñar conformaban el ingrediente más importante en aquellos partidos de los años 70.

Pensándolo bien, esa es la eterna sustancia del fútbol.