Opinión: ¡Dale, Cheo, amigo!

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Escribo esta columna sin la autorización de Eliseo Quesada Campos, uno de mis jefes en la sección deportiva de La Nación, desde hace muchísimos años. Si se lo hubiera anunciado, estoy seguro que me lo habría impedido, pues nuestro querido Cheo, como le decimos en confianza, conserva códigos periodísticos que le impiden mezclar asuntos personales con las informaciones deportivas que se publican en este medio, donde Eliseo ha desarrollado por décadas una extensa y meritoria labor.

Ha sido maestro de colegas que lo superamos en edad, como el suscrito, y forjador de decenas de jóvenes periodistas que han trabajado con él y desplegado tinta y talento en La Nación. Siempre he pensado que mucha de su casta periodística se ha orientado hacia las lecciones cotidianas para sus colaboradores, con apuntes, observaciones y correcciones certeras, tantas veces en medio del fragor de cierres de edición. En ese sentido, Eliseo ha postergado su lucimiento personal, pues dedica horas, días y desvelos en la sala de redacción, inmerso en tareas de concepción, planeamiento, edición y diseño, un proceso intelectual y de carpintería que, por lo general, se desempeña en silencio, lejos de las luces de la notoriedad.

En una emotiva evocación familiar, Sarita, su hija mayor, quien sigue sus pasos en el periodismo, describe en Facebook la ilusión con que ella y sus hermanos esperaban al papá en la puerta de pasajeros del aeropuerto Juan Santamaría, a su regreso de las coberturas deportivas internacionales, en los años en que Cheo oficiaba de reportero. Sarita narra que, invariablemente, traía en su equipaje chocolates y otros obsequios para su amada familia, compuesta por Kattia, su esposa; Sarita, Gabriel y David.

Alto, experimentado, rostro amable, sonrisa abierta e hilos plateados que asoman gradualmente en su cabellera, Cheo ha vertido su caudal de guía con respeto, buen tacto, decencia y, fundamentalmente, con su ejemplo de disciplina y constancia. La de ahora es una pausa en su trajín cotidiano, un compás de espera que aprovechamos quienes le conocemos para certificar ante los lectores, la dimensión humana de tan distinguido colega y maestro del periodismo. ¡Dale, Cheo, amigo, te estamos esperando!