Más ayuda para los árbitros

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Hay algo que nunca pasará de moda en el mundo del futbol: echarles la culpa a los árbitros. No es exclusivo de Costa Rica. Hasta Mourinho y su tropa multimillonaria lo hacía el año pasado. El problema es que la excusa, por repetida, casi siempre carece de efecto.

Los equipos deberían ser con sus futbolistas y entrenadores tan severos como son con los réferis. Si el hombre del silbato se equivoca, todos le caen encima. Los dirigentes piden investigaciones, reclaman justicia, y si el delirio es mucho, denuncian elaborados complots.

Por el contrario, para el crack que falló el penal, o para el portero miope que dejó ir la bola, todo es mano blanda: son seres humanos y hay que disculparlos.

Si la gente del futbol –a nivel mundial– de verdad quiere atacar los problemas del arbitraje, en vez de utilizarlos como excusa, debería preocuparse por mejorar sus condiciones. Pero no se trata de dar un curso más, o añadir nuevos incentivos económicos; hay que empezar por reconocer que los jueces están en desventaja dentro de la cancha.

Al central le toca patrullar una finca de más de 100 metros de largo por 68 de ancho. Ni con una motocicleta le daría para pasar de un lado al otro con la velocidad del balompié moderno. Es cierto que tiene dos guardalíneas, pero su rango de acción es muy limitado: no pueden traspasar la raya blanca y solo pueden juzgar acciones muy específicas, como el fuera de lugar. Más recientemente, la FIFA permitió que el cuarto árbitro pase “santos”; así es como Zidane se fue expulsado de la final de Alemania 2006. De no ser por ese par de ojos adicionales, el cabezazo hubiera quedado impune.

En Europa incorporaron dos asistentes adicionales, detrás de las porterías, para los torneos continentales. Tienen la misma restricción que los guardalíneas: no pueden entrar al campo, como si fueran aficionados a punto de invadir el partido. Deben permanecer ahí como juntabolas, mirando de lejos, pero con suficiente concentración como para reaccionar ante los detalles cercanos.

En general, la sensación de trabajo en equipo es muy limitada. El central es un soberano que gobierna desde la santidad del silbato y sus asistentes deben pedir una complicada venia para intervenir. En cambio, otros deportes como el baloncesto y el futbol americano promueven la comunicación constante, al oído, y las decisiones colegiadas.

La FIFA es conservadora en los cambios, para no alterar la esencia de este deporte. Para aprobar el uso de video en ciertas situaciones harán falta 100 congresos. Y ni aún así se acabará la polémica. Pero el futbol, como industria, debe admitir que sus jueces trabajan en condiciones desventajosas que inducen a los errores.