La condena universal

Se nos olvida que un ser humano es mucho más que el peor de sus momentos

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Recientemente, Cristian Lagos, jugador del Herediano, dijo que no le gustaba hablar con la boca, que él hablaba en la cancha. Sus palabras aceleradas, al calor del juego, dieron pie a numerosas burlas y memes en redes sociales. A pesar de que la intención del deportista era evidente, la naturaleza chotera del tico prefirió enfocarse en una interpretación burlona de sus comentarios para ridiculizarlo al por mayor. Esa es la excusa siempre: “así somos, choteros”.

Lo interesante es que como colectivo preferimos desestimar una invitación a hablar menos y bretear más para, precisamente, hacer lo contrario. El hombre no ha pedido ser referente de nadie, su oficio es el fútbol y a eso se dedica. Aun así intenta sembrar un ejemplo provechoso y nosotros decidimos que resulta mucho más entretenido burlarnos de él. Se sabe: hacer leña del árbol caído… deporte nacional.

Similar situación enfrentó Juan Gabriel Guzmán, jugador de Alajuelense que quedó expuesto al juicio público por un momento de enojo... en un ámbito privado. Así, la policía de la doble moral se dedicó a juzgar sus “declaraciones” como si las hubiera emitido en conferencia de prensa. Mientras el hombre perdió el empleo (¡!), nosotros decidimos destrozarlo como persona y profesional a partir del lamentable incidente. ¿Será que nunca hemos tenido un instante de enojo? ¿Será que no hemos perdonado y entendido mil veces a nuestra gente querida cuando ha soltado una rabieta cargada de improperios en situaciones similares?

Perdemos la perspectiva. Se nos olvida que un ser humano es mucho más que el peor de sus momentos y, sobre todo, que cualquiera de nosotros está expuesto (hoy más que nunca) a un episodio similar. Lejos de acribillar al hombre por lo que le dijo a su gente de confianza (en un evidente estado de emoción violenta), deberíamos estar preguntándonos qué pasa por la cabeza de quien decide exponerlo de esa manera y de todos los que le dieron rienda suelta al “chisme”.

No, no se trata del discurso del “pobrecito”, ¡se trata de sentido común! No podemos permitir que se siga desdibujando la línea entre lo público y lo privado o terminaremos sometidos a un estado de histeria colectiva. ¿Es que acaso queremos vivir en semejante paranoia? ¿Será que vamos a someter cada una de nuestras acciones al hipócrita compás moral del qué dirán? Por supuesto que no, porque tenemos claro que nuestra condición humana está inherentemente ligada a la imperfección y que, si a todos nos juzgaran de esa forma, la condena sería universal.

Todas, todos, tenemos techo de vidrio. Tengámoslo presente la próxima vez que queramos descargar nuestras frustraciones pateando el cuerpo de quien ya está en el suelo.