Estadio Nacional vivió otra vez el fútbol en familia

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El clásico de ayer entre Alajuelense y Saprissa revivió el ambiente familiar con que se solía vivir el fútbol en el viejo Estadio Nacional, pero que en los últimos años se había opacado por cuestiones de seguridad.

Desde muy temprano todo fue fútbol y fiesta en el reducto de La Sabana. Mientras la Fuerza Pública retenía en el puente Juan Pablo II al autobús que traía a los miembros de la barra la Doce, cientos de aficionados hacían fila en las puertas del estadio con boleto en mano.

A las 9:10 a. m., cuando se autorizó el ingreso de los espectadores, ya los oficiales de seguridad escoltaban a la barra por la autopista General Cañas hasta el acceso a la gradería norte.

Los disturbios, pleitos y problemas de juegos pasados quedaron en el olvido para cuando la Doce ocupó su lugar en la grada y, con tambores y cantos, se dedicó a apoyar a su equipo.

Como ocurre en el Alejandro Morera Soto, los cánticos que salían de la gradería popular terminaron por contagiar al resto de la concurrencia, rojinegra en su mayoría.

Antes del juego, unos 3.000 aficionados ingresaron al museo temporal que la directiva manuda instaló en la plazoleta oeste del Estadio Nacional.

Ahí se exhibieron los títulos ganados nacional e internacionalmente por el equipo erizo en sus 95 años de historia.

Algunos aprovecharon para tomarse fotografías con los trofeos y, confiados en una victoria en el clásico, compraban el libro Liga Deportiva Alajuelense , que reseña la historia del club.

Al final, fueron los saprissistas, dueños de la gradería sur y dispersos por las demás localidades, quienes montaron la fiesta en La Sabana.

Y aunque no sonrieron en el campo deportivo, en el económico el duelo ante su archirrival cumplió con creces las expectativas de la dirigencia rojinegra.

De acuerdo con el vocero manudo, Marco Vásquez, cerca de 30.000 aficionados asistieron ayer al Estadio Nacional y dejaron una recaudación de ¢195 millones en las arcas erizas.