El trofeo que Watson nunca tendrá

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Tardó más de 30 años en levantar el trofeo. Forjó en el camino a campeones aprovechados por otros. Parecía por momentos destinado a tener una placa honorífica “al formador de jugadores” (que tampoco sería poca cosa), hasta que finalmente consiguió un título y dos y quiere tres, como si de pronto hubiese descubierto el secreto de los títulos.

Hay un trofeo, sin embargo, que Carlos Watson jamás podrá poner en una repisa.

Lo descubrimos en “Diálogos”, de nacion.com, después de hablar de todo un poco: de la Liga, de los Cachorros, de Benito Floro, de los jugadores que lo enorgullecen, de los centros no muy buenos de Jordan Smith –que él asegura serán mejores–.

Hablamos de Erick Scott, un jugador que no me explico cómo no está en la Liga o Saprissa –le dije–. “Ni yo” –respondió él de la manera más genuina, como si no fuera el técnico de los morados.

Hablamos también de la “pedrada” a Jeaustin Campos, que en realidad –según explica– iba dirigida a su amigo Horacio Esquivel, técnico de Limonense. En todo caso y gracias a la confusión, Carlos Watson es el inventor de una nueva formación: el “3-6-1 camilla”, para aquellos equipos que se defienden con todo poblando el medio campo y haciendo ingresar a los cruzrojistas una y otra vez.

Hablamos de las polémicas que evita, hasta que alguien se mete con su religión, su raza o su familia. Ahí sí, no aguanta nada. No le molesta que lo llamen “negro”. Lo es, con orgullo. Todo está en la intención –comenta– para dar paso a las luchas que se deben dar.

Fue entonces cuando vino a su memoria aquel niño, pegado a la malla del Juan Gobán de Limón, justo detrás del banquillo morado. Carlos Watson dirigía a su equipo cuando el pequeño llamó su atención...

–¡Watson!, ¿verdad que usted es de Cieneguita?

Desde los estereotipos, parece difícil imaginar al técnico, al formador, a ese señor estudioso creciendo en Cieneguita, el barrio afamado por su pobreza y delincuencia.

–Sí– respondió el técnico, para alegría del pequeño, que entre brincos y saltos, se volteó hacia sus amigos: “Vieron, vieron, es del barrio mío”.

A Watson le brillan los ojos, la sonrisa y el alma mientras lo cuenta. “Es el honor más grande que he recibido”, expresa emocionado.

¿No será que todos deberíamos preguntarnos de vez en cuando detrás de cuál trofeo andamos? Ese, sin duda, es el trofeo favorito de Carlos Watson, aunque nunca lo pueda poner en una repisa.

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