El hombre de los pantalones caídos

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A Orlando De León se le caían los pantalones, pero los tenía bien puestos. En cada festejo parecía correr el riesgo de enseñar los calzoncillos, enredarse en ellos, irse de bruces, quedar a expensas de las cámaras en una escena no apta para menores, ni para aquellos con incontinencia urinaria. Podían llegarle hasta las rodillas, pero los tenía bien puestos. De otra forma no es posible hacer debutar a 107 jugadores en la primera división tica.

Alinear a consolidados cualquiera lo hace. Y no culpo a “cualquiera”. Todos lo haríamos al mando de un plantel consolidado, lleno de jugadores hechos y derechos. Para qué complicarse con inmaduros talentos, promesas que pueden esperar. ¿Al técnico quién lo espera? Nadie; al menos no por mucho tiempo si los resultados se hacen de rogar.

Hay que andarse sin pendejadas para incluir a un mocoso de 16 años en la visita al Morera Soto y al mando de Liberia, el último honor que le hizo De León a su apellido. Mientras los equipos grandes ceden a préstamo las figuras del mañana, De León los hacía los hombres de hoy. Así, a la fuerza, igual en Liberia o Herediano.

No fue él quien invento “los jóvenes ganan partidos y los grandes, campeonatos”. Tampoco demostró lo contrario; tan solo se animó a combinar unos con otros sin despeinarse.

Orlando De León se peinaba a la antigua, al mejor estilo de los Beatles, como si pensará perpetuar la moda de los años 70, pero su estilo para encarar partidos nunca se vio desfasado. Creímos alguna vez que el secreto era puro coraje, una sospecha imposible de sostener. Sin coraje cuesta ganar; sin más que eso, es imposible.

A Orlando De León costaba entenderle algunas palabras, pero su discurso era claro, conciso y congruente con los hechos. Hablaba en la cancha.

De pasitos cortos -demasiado para alguien de su talla- lentos, como de un hombre convaleciente, jamás habría sido contratado por los expertos en juzgar con la apariencia (los mismos que necesitaron de una emergencia para llevar al Macho Ramírez a la Sele ). Tampoco los culpo; para hacerlo hay que tener los pantalones bien puestos.