El estadio Saprissa fue un remolino en la final

El estadio Ricardo Saprissa fue testigo de una gran fiesta a pesar de la lluvia

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Era una final, como desde hace cuatro años no se vivía en Tibás.

El "compro lo que sobre", "lleve sol y sombra", comenzaba a calentar a mitad de la tarde. Los revendedores hicieron su agosto.

El saprissismo, que en su gran mayoría llenó anoche la Cueva, poco a poco calentó el ambiente de la final ante nada más y nada menos que Alajuelense, su eterno rival.

Negociaciones iban y venían entre aficionados que aún no tenían sus boletos con los revendedores, al final, los dos quedaban contentos.

Nubes oscuras, y unas pocas gotas de lluvia daban certeza de los pronósticos del tiempo. Pero eso no aguó la fiesta futbolera, no había nada que una bolsa plástica convertida en una capa desechable de 1.000 no solucionara.

La salida del calentamiento de los equipos fue el primer ensayo para darse cuenta de que el Ricardo Saprissa sería un hervidero.

A la hora de la hora, a las 8:10 p. m. la Cueva ardió con el pitazo inicial, fue una continuación del apoyo demostrado cuando los dos equipos salieron del túnel hacia el terreno de juego.

Los manudos que se hicieron presentes al Ricardo Saprissa no se quedaron atrás, y aunque eran minoría, hicieron saber que ahí estaban apoyando incondicionalmente a su equipo.

No faltó la salida con juegos pirotécnicos y el talco color morado y blanco, con serpentinas en el sector sur de la Cueva.

La afición en el Saprissa tuvo que soportar bajo la lluvia todo el compromiso; no faltaron las chotas, ni los cánticos.

Lo primero que celebró el recinto morado fue la expulsión del delantero rojinegro, Jonathan Mc Donald, al que le gritaron de todo cuando este salía de la gramilla.

Todo estaba servido para una gran fiesta del fútbol, en una final, donde no había más allá para los clubes con las dos aficiones más grandes del país

Ayer, en la Cueva se vivió una fiesta, que ni la lluvia empañó.