Del golazo de Pastor al gustito que nos falta

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Un estadio es la casa para fraguar glorias nuevas y, en esa búsqueda, el Nacional nos debe el gustito de servir de escenario a una clasificación mundialista como ocurrió camino a Italia 90.

La antigua sede ya se graduó con honores en ese tipo de gesta aquel 16 de julio de 1989, cuando el cabezazo con red de Pastor Fernández acabó con el empecinamiento de Carlos Rivera y la Sele se impuso 1-0 a El Salvador.

Estuve como cronista de La Nación en el palco de prensa ese día por una decisión que siempre atribuí al destino, pues el titular era Roberto García, pero el editor Ricardo Quirós me la encomendó a mí tres horas antes del partido.

Con una mezcla lógica de nervios y orgullo encaré la tarea de escribir la crónica de un encuentro histórico que amenazaba con caer por el despeñadero del drama porque el meta cuscatleco paró todo lo que le llegó con reflejos sobrehumanos.

Para que las nuevas generaciones se den una idea, este tipo atajó como Keylor en esos días, cuelga un candado en el arco y no hay delantero ni jugada colectiva capaz de hincarlo.

No tengo el original en mis manos, pero recuerdo que titulé: “Al Mundial de cabeza” e inicié el texto con algo así como “Hay momentos que la historia suele convertir en hitos y el que recoge el momento en que Pastor Fernández…”.

Es imposible no dejarse envolver por la nostalgia, poner la reversa y viajar en el tiempo para prenderse en un festejo mundialista inédito que tuvo el atractivo que siempre nos provocan esas primeras veces, únicas e irrepetibles.

No estaré esta noche en el nuevo Nacional, pero sí lo hice hace 28 años, a mis 26, con afro, una figura menuda, los sueños profesionales intactos y un proyecto de vida rico en propósitos que si bien no cuajó en su totalidad, sí me llenó de satisfacciones y enseñanzas.

El punto que nos separa de Rusia habrá que ganarlo con buenos modales y eso en el manual del Macho es orden atrás, bloque armónico para achicar espacios, presionar y ganar la posesión de la pelota, y movimientos con o sin balón para arribar a posición de gol.

Llegamos con ventaja: un comportamiento defensivo a partir del estado de gracia de Keylor, capaz de agrandar a los cinco del fondo para que no den ventajas arriba ni abajo, desarmen al rival y salgan volando por los costados, con Oviedo y Gamboa.

En el medio se logró el ansiado equilibrio desde que el técnico acertó con la pareja Borges-Guzmán, en la que Celso patrulla primero y se enrumba, después, por ese callejón central que va de área a área, y David la quita y descarga con tino para que los de arriba reciban, desequilibren y anoten.

Si un estadio es la casa para fraguar glorias nuevas, esta noche se parece mucho a ese 16 de julio de 1989: el goce inédito de la primera vez en el nuevo Nacional, para delirio de la gente que se entregará al festejo más allá del amanecer. Que así sea.