Crónica: Así fue la noche en la que nadie pudo convencer a Álvaro Saborío

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Jueves 23 de octubre del 2016. El árbitro Jair Marrufo pita el final del partido: DC United pierde 2-4 ante el Impact de Montreal, eliminado en cuartos de final. Álvaro Saborío no jugó. Mientras camina del banquillo al vestuario del estadio Robert F. Kennedy, en Washington DC, Estados Unidos, el atacante no tiene claro si ahí acabó su carrera. Así, sin jugar, sin matarse en el campo, sin exigir la rodilla, sin intentar un gol, el último gol.

A partir de ese momento, a sabiendas de que el DC no le renovaría el contrato, dos inquietudes rondaron en su cabeza durante días, semanas y meses: ¿me retiro o sigo?. La respuesta, no tan firme, la obtuvo en diciembre: quería vivir una última oportunidad, una. Una lesión en el cartílago en su rodilla derecha lo ponía en duda, pero ganó el sentimiento de retornar a la casa que lo vio nacer como futbolista profesional: el Saprissa.

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Más de tres meses después, Saborío se topó en el mismo camino, ese trayecto —que se hizo eterno— del banquillo hacia el camerino, pero ahora en el estadio Ricardo Saprissa, tras la derrota ante Belén (0-1).

Esta vez, su debate interno no llegó hasta el vestuario, interrumpido por el altercado con un grupo de aficionados que se encontraban en Platea Oeste. Los seguidores le recriminaron el mano a mano perdido con el portero Luis Torres, el que pudo haber sido el último gol de su carrera, el 97 con Saprissa. ¿O acaso la historia no habría terminado ayer si esa pelota llega al fondo de las redes? Tan solo separado por la malla con el grupo de seguidores, entre recriminaciones, críticas y desahogos, pronto aparecieron los insultos.

Saborío revivió el dilema vivido meses atrás: el retiro. Esta vez, más que pregunta, era respuesta.

El vaso ya estaba lleno, a punto de derramar la gota: el sufrimiento de su madre, su esposa, los silbidos recibidos durante un juego en el que Saborío ya parecía ansioso. Abandonó la cancha a los 58 minutos y no alcanzaron los aplausos de muchos aficionados para aplacar su desazón. Cuando se sentó en el banco, se llevó las manos a la cara, pasándolas una y otra vez desde la frente hasta la barbilla, como si quisiera limpiar las tribulaciones transpiradas.

El duelo finalizó, pero no la angustia. Sabo ingresó al vestuario con rabia, según relató Víctor Cordero, asistente técnico. "Estaba contrariado", confesaría el propio Saborío, aunque no era fácil para los demás adivinar lo que vendría. En aquel momento se entremezclaban el sinsabor por el enfrentamiento con el pequeño grupo de hinchas y el sentimiento de la derrota.

"Ingresó como el resto de compañeros, muy molesto, muy dolido por la derrota, igual que todos, muy afectados", dijo Cordero.

Ya en el camerino, Saborío pidió privacidad para hablar con Paulo Wanchope, gerente deportivo. En ese momento le comunicó de su retiro. Se había acabado, después de un gran esfuerzo para estar en forma, después 236 minutos en cancha, cuatro partidos y un gol. No habrían más anotaciones después de ese penal marcado el 28 de enero en el empate 2-2 en el Rosabal Cordero, ante el Herediano de Hernán Medford, paradójicamente, el mismo entrenador con el que firmó su época más dorada (y morada) como campeón nacional, campeón de Concacaf y tercer lugar de un Mundial de Clubes, justo antes de convertirse en legionario por diez años.

Pareció una decisión repentina, pero ya la había meditado y hasta consultado con su gente, con su esposa, con su padre, Alvaro McDonald. Entonces conversó con el entrenador Carlos Watson. "Hablamos largo y tendido de lo que estaba sintiendo", contaría el artillero. Tanto Watson como Wanchope pensaron que se trataba de un mal momento. Ambos intentaron persuadirlo, de conversarlo con calma, pero no hubo marcha atrás.

José Francisco Porras también quiso convencerlo, pues la noticia pronto causó revuelo: "Fue sorpresivo, no lo esperábamos, pero queda claro que él (Saborío) ya lo venía pensando hace algún tiempo".

Seguro de su decisión, Saborío se despidió de los compañeros y se marchó al parqueo, a su casa, a su nueva vida, a cuidar su rodilla, a disfrutar de su esposa y sus dos hijos.

"¿Para qué más?... Llevo años echando para adelante, tratando de demostrar que soy mejor de lo que dicen... No estoy en disposición de aguantar insultos...".

"Lo que quiero es descansar", explicaría al día siguiente en conferencia de prensa, en la misma sala del estadio en la que el pasado 10 de enero desempolvó la morada con un discurso distinto, lleno de ganas y emotividad por su regreso. "Me voy feliz", dijo con rostro de tristeza, para recordar de inmediato que tuvo una gran carrera.

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