Costa Rica: Hay un futuro  que brilla

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Buenos Aires

Por razones profesionales, inmediatamente después de la Copa América nos zambullimos en el excelente Mundial Sub-20 que está hospedando Colombia. Hemos visto una porción importante de partidos. La sempiterna facilidad para el gol de los brasileños' El futbol insulso y rocoso de los portugueses (llegaron a la final sin goles en contra)' La ilusión colombiana que chocó de frente y a velocidad contra el muro mexicano' El insólito equipo inglés, que se marchó del torneo sin alcanzar la red adversaria' El insospechado crecimiento de México, que comenzó en bajas calorías y dio una prueba de carácter fantástica ante el anfitrión' La cantera de España y el semillero de Argentina, que siguen produciendo a destajo y se volvieron invictos a casa'

Varios tópicos destacables. Sin embargo, les parecerá curioso: una de las actuaciones que más impactaron a este cronista fue la de Costa Rica. Rarísima vez hacemos mención al futbol costarricense, me confieso enamorado del balompié suramericano, del español, del inglés. Más: en 2009, cuando Uruguay y Costa Rica disputaron el repechaje para el Mundial, titulé mi columna: “Mucha diferencia de clases”. Numerosos lectores, a raíz de lo ajustado del resultado en ambos encuentros, inundaron mi casilla con correos quejosos: “Que qué se cree'” “Qué dónde vio tanta diferencia'” y otros de similar tenor.

En Sudáfrica quedó evidenciada la clase de Uruguay. Venció con angustia a Costa Rica porque era un equipo joven, aún inexperto, pero se vislumbraba que si pasaba la prueba de la clasificación, florecería en toda su dimensión. Y aquí lo tenemos: cuarto en el Mundial 2010, campeón de América 2011. Seguro va a ganar la próxima Eliminatoria. La categoría de Luis Suárez, de Forlán, de los dos Pereira, del arquerito Muslera, del Ruso Pérez no lograba plasmarse en resultados, aunque era fácil de advertir. Por eso nos arriesgamos a vaticinar que sería la sorpresa del Mundial. Lo fue.

Una situación análoga advertimos en este equipo Sub-20 de Costa Rica. Aún perdiendo hizo un partido enorme ante Colombia. Y mereció ganarlo. En el minuto 73, estando 2-1 arriba, el árbitro hizo la vista gorda: dejó en el campo a Jeison Murillo, que estando amonestado cometió una falta violenta contra Campbell. En desventaja, a 17 minutos del final y con diez, no ganaba más.

En ese entorno adverso, con 40.000 personas alentando al rival, a un buenísimo rival como es esta Colombia de James Rodríguez, de Michael Ortega, de Luis Muriel (tremendo goleador, ya verán), ahí se ve la madera de qué están hechos los jugadores. Y en esa noche caliente aparecieron cuatro ticos que brillarán en el futbol. Solo hay que saberlos llevar, orientarlos para que factores externos no los desvíen. Van de cabeza a la Mayor.

Joel Campbell no es un descubrimiento. El mundo ha visto ya su pincel zurdo, su gambeta cimbreante, su bello disparo en los tiros libres y con la bola en movimiento. Muestra temperamento también, el que necesita todo jugador para imponer lo suyo.

El jugador que más nos impresionó: John Jairo Ruiz. Luminoso futuro. Descolló dando tres años de ventaja al resto. Tiene el coraje del atacante de raza. Le pelea a una defensa solito, está en el gol y posee la velocidad, el dribbling y la técnica suficiente para controlar (sin dominio de pase, un delantero tiene vuelo bajo).

Mynor Escoe anotó un monumento al gol ante Colombia: la luchó entre dos, se le iba larga la pelota, se tiró con ambos pies hacia delante, ganó, se levantó rápido porque sabía que la perdía, dominó, cuerpeó, aguantó las cargas de dos marcadores mientras lograba adelantarse unos metros, se hizo espacio para la zurda con sus piernas largas y definió cruzado. Esa sola acción lo sindica como una promesa importante.

Ariel Contreras asoma como un zaguero de clase, de oficio. Lo suyo no es aprendido, le viene de cuna. Todos los atributos para dominar el área, intuitivo en el mano a mano, luchador, tiempista. Tiene que aprender mucho todavía, pero ya tiene destino de selección mayor.

Podríamos agregar, un par de escalones abajo, a Juan Golobio, buen volante derecho, un “8” tradicional de ida y vuelta con marca y cierto manejo, que le permite entregar bien el balón.

El futbol de un país es fuerte si tiene jugadores. Porque si no hay abajo no hay arriba. Cualquier crisis se puede superar habiendo materia prima. Costa Rica la tiene. En el Mundial de Egipto se ubicó en el cuadro de los que juegan siete partidos. En este se fue rápido, pero deja la herencia de cuatro aspirantes a crack. Si cada camada, que va de dos años en dos, entrega cuatro prospectos, el porvenir es venturoso. “En 1970 quedamos fuera del Mundial, y ocho años después fuimos campeones del mundo”, decía Omar Pastoriza, técnico ganador y valiente, si los hubo. Definía al futbol argentino, que, como ahora, era un desorden, pero había jugadores, siempre los hubo por decenas en la patria del tango, y ese es el reaseguro para volver a soñar.

José Pekerman, gran talento en la formación de talentos, ganó tres Mundiales Sub-20 con Argentina, pero restaba importancia a las conquistas. “Nuestra meta es formarle jugadores a la mayor. Si cada selección juvenil le prepara dos o tres jugadores a la grande, el objetivo está cumplido, eso garantiza el futuro”, decía siempre. Es lo que ha hecho Costa Rica. En los jugadores está direccionar bien sus carreras, en los entrenadores y dirigentes saber llevar el barco recto.