Salami y la barra holandesa

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La Selección de Brasil parte en dos al mundo futbolero. Una mitad admira a la Canarinha por lo que fue y lo que debería ser, la otra critica su petulancia y alega que las versiones recientes ya no conservan casi nada de aquel pasado de gloria.

Ayer en el centro de prensa del Soccer City la afición estaba dividida. A los latinoamericanos les simpatizaba Brasil; los europeos hinchaban en su mayoría por Holanda. El contingente africano hacía diferencia a favor de los tulipanes. El grupo de los asiáticos, que son una legión de periodistas y fotógrafos con cámaras diminutas, se mantuvo neutral, o quizás solo celebró los goles en voz baja.

Al frente de la barra holandesa nos encontramos a Salami Akunele, enviado de un periódico nigeriano. Vestía una túnica dorada de manga corta y ribetes café, pantalón del mismo color y un gorrito verde: un traje totalmente étnico. El resto del centro de prensa está uniformado con mezclilla y suéter para atajar el helado atardecer.

“No es que me moleste Brasil, pero ha ganado la Copa muchas veces, sería bueno que otro equipo la gana, para variar”, explicó en su inglés de acento subsahariano.

La túnica amarilla se hizo para todos lados en los dos goles holandeses. Era imposible no verlo. En el primer tiempo estuvo quedito y solo inclinó la cabeza un poco en el gol de Robinho.

Salami confesó después que en realidad va con Ghana. Como habíamos apuntado en una entrega anterior, África es una sola cuando se trata del Mundial. No hay rivalidades y durante 90 minutos desaparecen las fronteras de líneas rectas que los europeos dibujaron con lápiz en el siglo 19.

“Todos somos uno, por eso ahora vamos con Ghana. Es difícil que gane la final, pero queremos que llegue a la semifinal por primera vez en la historia”, asegura detrás de unos lentes gruesos.

Está preocupado por los conflictos de su federación, que podrían provocarle sanciones a la selección de las Águilas. Pero era una angustia en segundo plano: seguía feliz con Holanda.

Esas caras. Cuando entrenaba en España, César Luis Menotti decía que era posible saber cómo le había ido al Barcelona con solo ver la cara de la gente el lunes por la mañana. Así estaba ayer el centro de prensa. Era fácil leer dónde estaban los ganadores y cuáles perdieron por los tulipanes.

Para los latinoamericanos el asunto era funerario. “Qué guevada la de Brasil”, me dijo a manera de saludo Cristian Echeverría, guatemalteco que trabaja para medios de Estados Unidos desde hace años. “Ojo con Holanda, que ya está en semifinales y sin mostrar su mejor juego”.

Los argentinófilos se cuidaron de las bromas, porque hoy tienen un compromiso difícil ante Alemania. “Mejor ni entro al Facebook”, lamentó alguien en español, consciente de que las redes sociales van a rabiar en contra de los brasileños.

Mientras hacían tiempo para entrara a ver Ghana-Uruguay, los africanos celebraban la caída de un grande. Como explicó el nigeriano Salami, no se trata de nada personal: simplemente disfrutan de un deporte que de vez en cuando desprecia las quinielas y se apea a los favoritos.

A esa hora, antes del partido con los charrúas, se imaginaban que Ghana podría hacer algo así, escalar las cumbres más altas.

Por el traje, Salami podría ser recepcionista en algún parque temático africano. Pero no hay que dejarse llevar por la primera impresión: consulta la hora en un reloj de diseñador y escribe sus notas en una computadora de última generación.