Para la eternidad

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Buenos Aires

La multitud había empezado a llorar en las tribunas. Un muchacho golpeaba su bufanda (su amargura) contra el cemento, otros se tapaban el rostro para no ver ya el juego, algunos más estaban congelados en su desdicha como si se les hubiese muerto la madre, el padre y los hermanos; todos juntos.

Un funeral era festivo comparado con el cuadro que representaban los hinchas del Manchester City hasta el minuto 91 del partido del domingo, sin duda el más significativo e inolvidable en los 132 años de historia del club.

Después de quedar 10 puntos detrás del acérrimo adversario –Manchester United–, el City se fue acercando hasta igualarlo en la punta. Afrontaban la última jornada de la Liga Inglesa con 86 puntos. Pero, de ganar ambos, los “ciudadanos” serían campeones por mejor diferencia de gol.

Apenas dos trofeos de liga tiene el cuadro celeste en sus vitrinas, uno de 1937 y otro de 1968, mohosos ya. Cuarenta y cuatro años sin gritar campeón inglés. ¡Por fin...! La tortuosa espera acabaría este domingo bendito. Solo había que vencer en casa al decimosétimo de la tabla, el modesto Queens Park Rangers. Pero...

El United hizo su tarea, venció al Sunderland a domicilio 1-0 y esperaba el resbalón de su eterno rival. ¿Y el City...? Eso fue un drama en cuatro tiempos: cuando ganaba, cuando empataba, cuando perdía y después... cuando explotó el mundo.

Un gol del Vasco Zabaleta (ex San Lorenzo) a los 39' instaló la euforia inicial en la gente. Se fue la primera mitad. Todo bien, tranquila tarde de gloria. Apenas iniciado el segundo tiempo, un balde de agua helada: en el único avance del Queens Park Rangers –que intentaba esquivar la guadaña del descenso–, gol del francés Cissé para los londinenes. Sorpresivo, casi insólito 1-1.

Sin embargo, faltaba toda una etapa. A remar de nuevo. A los 66', la Antártida y el Ártico se desplomaron sobre el alma ciudadana: nuevo gol del Queens Park, cuyos hinchas deliraban de emoción, 1-2. Mackie metió un cabezazo que equivalía a miles, a millones de puñales clavándose en el corazón de los celestes de Manchester. Porque el público advertía que el equipo se caía a pedazos, trataba de avanzar pero sin ideas, como atolondrado por la inesperada situación. ¡Encima el Queens Park jugaba con diez...!

Dar vuelta el resultado parecía una misión recontraimposible. Una vez más se le escabullía la gloria, otra nueva zancadilla del destino. Para peor, festejarían de nuevo los de enfrente... No, eso no podía estar pasando, pensaban.

Y empezaron a pasar los minutos, a evaporarse. Y la gente a llorar (sí, a gemir y lagrimear). Una pesadilla era poco para describir tanta tristeza.

El City machacaba como autómata, sin ideas, ya sin fe. Al llegar a los 90', con el 1-2 al parecer inamovible, el juez dio cinco minutos de descuento. Y ahí llegó un final de cine, de síncope.

En el córner número mil, cuando el cronómetro marcaba 91' 30”, el bosnio Edín Dzeko saltó hasta las nubes y marcó con un cabezazo furioso. Igual, no alcanzaba, seguía siendo campeón el Manchester United, su archienemigo.

Renació un poco la ilusión. Pero nadie se lo creía de verdad. Presa de un lógico nerviosismo, el técnico italiano Roberto Mancini quería empujarlos “Go, go... ¡Come on...!” Y a los 93' 25” devino el milagro, no ya hazaña.

Arrancó el Kun Aguero, tocó en pared con Balotelli, este la devolvió desde el suelo, entró el Kun con decisión, eludió a un último defensa y mandó un fierrazo a la red. Gol, goooooooooooooollllllllllllll.... goooooooooooooollllllllllllll.... 3-2. El gol de su vida y de la vida del Manchester City, el más importante en sus 132 años. El estadio implosionó.

Y tras los tres pitazos de rigor, la euforia reventó como un géiser, estalló como un glaciar. Que un equipo vaya perdiendo 2 a 1 hasta el minuto 92 del último partido del campeonato, gane 3-2 –y con ello el título– es un telón para Hollywood.

Pero el futbol nos demuestra cada semana por qué es la máxima atracción del planeta. Por qué un hincha del City aguarda estoicamente durante 44 años un momento así, soportando descensos, burlas de su feliz vecino, que no para de dar vueltas olímpicas, se deleita con ídolos enormes y despierta admiración en el mundo.

Cuando el drama acompaña las victorias, aparece la épica, que da pie a la leyenda. Esos dos minutos del final borraron mágicamente 44 años de sufrimiento. El futbol es casi insoportablemente bello.

Por eso, siempre les recordamos a los escépticos: el futbol es demasiado negocio como para ser solo un deporte... pero es demasiado deporte como para ser solo un negocio.