Para ganar hay que atacar

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Buenos Aires

En su estilo minimalista, de pocas palabras y apenas audible, Lionel Messi le pasó un mensaje al técnico de Argentina tras el empate en Ecuador: “Teníamos para ganarlo. Nos estamos conformando con empates”. Tiene razón Messi, ¿para qué poner cinco defensores y armar todo un esquema preventivo si después van a ceder 21 corners, si los van a atacar por aire, mar y tierra, si los van a desbordar decenas de veces, si se van a salvar por milímetros de que les hagan varios goles, si van a defender de manera tan desesperada y desprolija, si no van a tener nunca la pelota..? ¿Para qué?

¿No es mejor intentar tener más control de balón, tratar de inquietar y sofrenar al rival atacándolo? Messi piensa como los futbolistas de antes: “La mejor defensa es un buen ataque”, decían. Porque es una manera de preocuparlo. Dio pena ver al puntero de la Eliminatoria pasar semejantes angustias. Salvó un punto porque el fútbol tiene tanta dinámica que es imposible controlar cada acción. Y gracias a un error adversario logró un penal, y con él el gol que finalmente le permitió sobrevivir al sunami ecuatoriano.

Alejandro Sabella escucha a Messi. Sabe que sin Leo sus posibilidades de éxito son microscópicas, por no decir inexistentes. La próxima intentará atacar.

Esa es la gran moraleja de esta eliminatoria: gana el que ataca. No ha sido propicia para los técnicos “inteligentes”, los “astutos” que “trabajan” y ponen cuatro atrás y cinco a morder en el medio, dejando a la pesca uno adelante.

Si no, veamos qué nos dice la tabla. Argentina, por sugerencia de Messi, juntó al “10” con Aguero, Higuaín y Di María. Sabella debió admitir que eso no le agradaba, que le parecía muy “arriesgado”, pero que si así Messi se sentía más a gusto... Se tapó la nariz y tragó. Pero ocurre que con el cuarteto completo Argentina ganó, goleó y gustó. En cambio cuando le faltó alguno o cuando el DT decidió ser más “prudente”, tuvo actuaciones pobrísimas como esta en Ecuador, en la que lo pelotearon de manera inmisericorde. Le cascotearon el rancho durante 95 minutos. Feo recuerdo para una selección argentina.

En la altura o en la llanura. Miremos a Colombia. Mientras regía la “moderación”, en tanto la idea era guarecerse bien atrás, parecía un auto atascado. Ni gustaba ni avanzaba en la eliminatoria.

Llegó Pekerman con su receta de ataque a discreción, sin pausas, meta bala y bala.

El país, feliz: logró 19 puntos en nueve partidos, con seis victorias, 17 goles a favor y tres en contra. No es tan descabellado atacar. Antes, con las precauciones extremas, encajó cuatro goles en tres juegos. Pekerman fue a Venezuela a jugar con un solo delantero y perdió.

Detengámonos en Chile. Llegó Sampaoli, con su propuesta ultraofensiva, la misma con la que hizo historia en Universidad de Chile y en un santiamén convirtió el drama en felicidad.

Hoy todo el mundo sabe que Chile se clasificará. Lo sabe porque, por la manera en que ataca, se torna un equipo inaguantable, ganador. De cuatro partidos, ganó tres la Roja. El que perdió ante Perú pudo haber sido suyo también. Jugó como para eso.

Ecuador es otro ejemplo. En Quito, donde exhibió siempre un esquema frontal y agresivo, ambicioso, logró 19 de sus 21 puntos. Afuera, por diversas razones, juega distinto. Ahí consiguió dos.

El triunfo ante Argentina se le escapó por los imponderables propios de este juego. Lo buscó y lo mereció. Le faltó pericia en la última puntada, posiblemente el aporte de Cristian Benítez, también hubo algo de fatalidad. Lo importante es que jugó para ganarlo.

Lo de Uruguay es otra prueba. Por fin salió decidido por los 3 puntos en Venezuela, sabiendo que se jugaba el Mundial. Y ganó bien.

Sin pegar una patada, luchándola, pero sin sufrir. Pudo haber terminado el primer tiempo 3 a 0 arriba y estaba perfecto. (A Venezuela le faltó lo que a su rival le sobró en la hora decisiva: jerarquía. Nunca armó juego, no tuvo un mano a mano, una clara de gol. Era la doble jornada perfecta para quedarse con los 6 puntos y consolidar sus aspiraciones. No pudo en Bolivia, no supo en Puerto Ordaz).

Hasta no hace mucho, para descalificar a un entrenador, en el ambiente del fútbol se decía “fulano es demasiado ofensivo”. O sea, un tonto, un ingenuo, no sabe nada. Desde luego no se trata de suicidarse atacando ni de subestimar al rival. El Barcelona de Guardiola, que tanto nos fascinó durante cuatro años, fue el de mayor eficiencia defensiva del mundo. Presionaba y quitaba el balón, en promedio, a los siete segundos de haberlo perdido. Sin embargo, recuperaba y de inmediato creaba un nuevo avance.

Por eso Guardiola es un hueso atragantado que tienen todos los abogados del fútbol defensivo en el mundo: no saben qué decir de él.

Fue el que mejor defendió siendo el más ofensivo. Y resultó campeón de todo.

Nunca hay que apartarse de esta trilogía: 1) Equipo que defiende mal, pierde. 2) Quien no presiona en el fútbol actual no tiene siquiera una chance remota de triunfar. 3) No existe un cuadro exitoso sin marca.

Pero sin ataque no hay paraíso.