Columna de Barraza: Chucho era todo corazón

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Buenos Aires

¡La muerte es una instancia tan severa! Y a veces ilógica, injusta, incomprensible tremendamente absurda. Mantiene por años en estado vegetal a un anciano desahuciado y se lleva a un muchacho de 27, en apariencia saludable, fuerte, pletórico de vida, deportista de élite, alegre, feliz por lo que el destino le estaba deparando. Un ídolo además. “Murió Christian Benítez”. Una llamada nos anunció el lunes por la mañana, así, a quemarropa. ¿Qué Christian Benítez...?, preguntamos, porque uno siempre piensa que es otro. O inconscientemente desea que sea otro. Un desconocido.

La respuesta cayó como una maza: “Chucho Benítez, el delantero de Ecuador; paro cardíaco”. La información causó estupor mundial. No es natural que fallezca, repentinamente, una persona vital, en su total plenitud física, intelectual, emocional.

Veintidós días antes había llegado a Qatar, contratado por el Al Jaish en $12.270.000. Su último acto futbolístico fue consagrarse campeón mexicano con el América y goleador del torneo. Sumaba con su selección 58 partidos y 24 goles. Un crack , Chucho. Un gol suyo decretó la primera derrota de Colombia en el ciclo Pekerman.

Era la alegría personificada, pese a la infancia cruel. Su padre, Ermen Benítez, máximo goleador histórico del campeonato ecuatoriano, se desentendió de él siendo pequeño. Y su madre, como tantos compatriotas, se marchó a Italia a ganar el pan. Aún vive allá. La abuela materna lo crió. Se aferró al fútbol, que le cambió la vida. A los 16 años ya estaba en Primera. Pasó de lustrabotas a protagonizar el pase más caro de la historia en el fútbol mexicano.

En la cancha era todo corazón, justamente su rasgo distintivo: una entrega absoluta, pujanza, potencia, entusiasmo, ambición. Daba todo. Ahora sabemos que tenía un corazón delicado, frágil.

Parecido. Un caso notablemente similar al del Búfalo Juan Gilberto Funes, aquel que se reveló con la azul de Millonarios, cuando en la Argentina apenas lo conocían la madre y el padre. La palabra toro le quedaba chica, era un ciclón atacando, se llevaba tres marcadores a la rastra, iban agarrados del pantalón, colgados de la camiseta de Funes.

Y él como si nada, no los sentía. Después despedía un misilazo al arco. Así marcó dos goles que le dieron a River su tan anhelada primera Libertadores en 1986, en las finales frente al América de Cali.

Era el afiche de la salud. Sin embargo, el tic tac de su reloj interior corría más aprisa de lo debido. En 1989, cuando estaba a punto de firmar contrato con el Niza, un médico francés sentenció que algo no funcionaba bien en su corazón. “Endocarditis protésica”, fue el odioso dictamen. No debía jugar más, aconsejaban. “¿Qué...? Me quieren perjudicar”, se quejó el mastodonte. “Estoy perfecto, se arrepintieron de hacer la transferencia y ahora me ensucian con esto para justificarse”.

Rabioso, se volvió a la Argentina, a Vélez. Siguió jugando. Y anotando. “¿Ven...? Estoy más sano que nunca”. Pero el diagnóstico del doctor del Niza era implacablemente cierto: el corazón se le seguía agrandando, eso era lo que producía la endocarditis. Se le agrandó hasta explotar. Veintiseis años tenía el Búfalo al detectársele la afección, 29 al morir; tres años de cruento y progresivo deterioro.

Lo de Chucho fue intempestivo, y por ello más inverosímil acaso. Uno lamenta al ser humano, desde luego, al joven optimista y alegre, al padre feliz. Y, aunque sea lo de menos, también se pierde un gran jugador, un atacante de alma, penetrante, incisivo, de arranque incontenible. Estuvo en el Mundial de Alemania, aún pichón.

Su magnífica carta de presentación fue la Copa América de Venezuela. A despecho de la eliminación temprana de Ecuador, él brilló ante el público internacional. Y luego todo lo que vino atrás. Recién andaba por los 21 años.

Ponderado. El 2 de julio de 2007, bajo el título “Que haya humildad en el análisis”, escribíamos en El Universo, de Guayaquil: “Ecuador queda fuera de carrera siendo más que Chile y sin ser menos que México, al que le creó buenas posibilidades de gol. En el balance, hay puntos positivos y negativos. Entre los primeros está, sin duda, Christian Benítez, el mejor futbolista ecuatoriano por varias vueltas de ventaja.

Encarador, peligroso, veloz, potente, ambicioso. Va a ser un arma fundamental en el intento de llegar a Sudáfrica. Si el precio de la derrota fuera descubrir un jugador de gran nivel, bien vale quedar fuera de una Copa América.

El 16 de noviembre de 2011, tras la victoria sobre Perú por 2 a 0 en la actual eliminatoria, con el título “Letra y música, Benítez y Méndez”, volvíamos a ponderar su desempeño: “El triunfo se explica únicamente desde el resultado. Un triunfo que 'inventó' Chucho Benítez con una corajeada. Capturó la bola en mediacancha, trabó fuerte frente a Retamoso y encaró con extraordinaria decisión, derecho al arco; pasó como poste a Revoredo, esquivó a Ramos y se la sirvió a Édison Méndez para que este abriera la persiana peruana”.

Le quedaban no menos de seis años buenos. Todo el mundo del fútbol saludó su partida con cariño, dolor y respeto. Lo va a extrañar Ecuador. Llorará la ausencia de su fútbol rebelde Tendrá una prueba de carácter frente a Bolivia la Tricolor , aunque su recuerdo puede obrar como aliciente, como generador de mística. En vida se despidió campeón y goleador. Si Ecuador logra el pasaje al Mundial, será su conquista post mortem.