Clubes millonarios, juego proletario

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Buenos Aires

Un minuto antes de la hora precisa, un niño bien entrenado y muy atildado sale del costado del campo rumbo al centro del campo y le entrega al juez danés, Claus Bo Larsen, el balón oficial con que se jugará Auxerre-Real Madrid, una ceremonia formal y sencilla, aunque simpática y agradable.

El árbitro escandinavo pasa su mano cariñosamente por la cabeza del niño, que ni en cincuenta años olvidará este instante. Ha sido parte de un juego oficial de Champions League.

Son las cosas bonitas y fáciles que los sudamericanos no sabemos hacer. No les damos importancia. En nuestros despintados estadios hay papeles, cantidad de personas dentro del rectángulo que nada tienen que hacer, reporteros con micrófono arrastrando cables y un sinnúmero de desprolijidades más.

Ellos venden su producto hermosamente envasado y en un local confortable, al que da gusto entrar. Nosotros tenemos un puesto callejero, montado con dos cajones en la acera, aunque nuestra mercadería es muy noble.

Me preparo. Martes y miércoles a media tarde, uno evita llamadas, pospone citas, prepara el living y se apoltrona con el fin de ser testigo a distancia de un espectáculo único, exquisito, mientras el resto de los mortales venden seguros, reparan cañerías, enseñan aritmética y demás ocupaciones mundanas. Es la suerte del periodista (que se queja amargamente de su labor).

Nos aprestamos a ver Auxerre-Real Madrid y, al día siguiente, Rubín Kazán-Barcelona. Fueron los choques estelares de la semana. De los clubes que más se puede esperar. Digamos que representan la nobleza futbolera.

La junta del Real Madrid aprobó un presupuesto para esta temporada de 442 millones de euros. Un poco más alto que el del Sport Huancayo. Algo más, también, que el de Rampla Juniors y que el de Huachipato. Lógico es esperar que juegue un poco mejor. Que nos regale aunque sea media hora de brillantez futbolística, un elixir cada vez más desacostumbrado e inhabitual.

Barcelona dispuso para este año una suma más modesta: 405 millones de euros (están en plan de austeridad).

Dinero y pompa. Devoramos con unción ambos juegos, pero hete aquí que el fútbol que vemos cotidianamente en los torneos más fuertes del mundo, incluida la Champions League, no va de la mano con el dinero que mueve ni con la pompa con que se lo presenta. Algo similar a lo acontecido en el Mundial, muchísimo preparativo y esplendor organizativo. Luego, el fútbol no condice con los fastos. Son partidos entre millonarios con un fútbol proletario.

El Madrid debió trajinar muchísimo para vencer 1-0 al pequeño club francés, lleno de jugadores ignotos. El Barça apenas pudo igualar a uno, ambos con tantos de penal. El tanto ruso marcado por el ascendente volante ecuatoriano Cristian Noboa, figura y capitán del equipo. Encuentros aburridos, sin matices salientes, con pocas diferencias de lo que vemos en nuestros campos.

Sin gracia. Sea lo que sea el plantel del Real Madrid, su juego carece de gracia y contundencia. El portugués José Mourinho es un auténtico genio. Primero exige 12 millones de euros por año para firmar; al mes, cuando el andar del equipo no concuerda con las cifras de su contrato, dice: "Soy entrenador, no Harry Potter". Ha dirigido al Porto, al Chelsea, al Inter y ahora al Real Madrid, todos clubes ultrapotentados, con planteles costosos. Y ha logrado que algunos cientos de millones de aficionados de todo el mundo piensen que, “con lo que tiene, hace milagros”. Es decir, aunque el Madrid no pueda convertirle un gol al Levante, él logra que la afición piense que administra maravillosamente bien sus recursos. No se halla un talento así todos los días.

Marcar y correr. El juego que vemos en Inglaterra, en Italia, en España, en Alemania, es más o menos el mismo. No difiere tanto con en el resto del mapa. Todo el mundo sale a presionar, a marcar, a correr. El objetivo prioritario es impedirle crear al adversario. Entonces es difícil lucirse y que se vean grandes partidos. Hay que esperar que una figura saque un conejo de su galera e ilumine una tarde, una noche. Y la única superfigura del fútbol mundial que genera expectativa y la cumple se llama Lionel Messi. Los demás son normales.

El fútbol en las otras latitudes no difiere mayormente de aquellos. Naturalmente, la mayor riqueza individual hace que en Europa, a veces, veamos algunas maniobras más bellas. Y algunos partidos excelentes. Pero no hay una diferencia abismal.

Hasta que alguien invente algo que represente una verdadera innovación en el juego, todo va a ser demasiado físico, y, por tanto, menos intelectual, menos artístico. Y ahí es donde se nivelan las cosas y aparece el tedio. Es el fútbol que vemos en estos días. Parecido en todos lados.

Según un reciente informe de Euroaméricas, hay en este momento 1.716 futbolistas argentinos y 1.443 brasileños actuando fuera de su país, la mayoría en Europa. Y debe haber, también, unos 400 uruguayos diseminados. Es un milagro que las ligas de estos países sigan funcionando con una sangría tan colosal. Sin embargo, el fútbol que muestran no es mucho más aburrido que el que vemos en Europa. Los iguala la forma de jugar, eminentemente física.