Nuestro derrotero

12 de octubre de 1946

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Un grupo de costarricenses, representativo de las fuerzas vivas del país, ha creído necesaria y oportuna la aparición de un nuevo órgano diario de publicidad.

La Nación, cuyo primer número es el de hoy, es el producto de un anhelo de bien público, fuerza impulsiva que movió a los fundadores de esta empresa.

Constituyendo los altos intereses nacionales la única preocupación que sentimos, ha de quedar terminantemente establecido que este periódico no será dominado por sectarismos: ni partido político, ni credo social intransigente, ni inclinación pertinaz de género alguno.

No tendrá partido político, como en Costa Rica se entiende lo que es un partido político. Pero esto no puede significar, ni mucho menos, que vamos a desentendernos de la alta y verdadera política nacional.

Con el celo a que nos obliga nuestra aspiración de constituir un legítimo vocero de la opinión pública, no sólo daremos cabida en nuestras columnas a las expresiones de quienes discutan los problemas del país, sino que tomaremos nuestra parte en esa discusión.

Y, al tomarla, nos colocaremos invariablemente, estrictamente, sin vacilaciones, en el único punto de vista que consideramos periodísticamente ético, el de los intereses generales, como nosotros los entendamos, a base de desprendimiento de toda prevención entorpecedora de la independencia que ha de ser nuestra norma inconmovible. Nuestra actitud con respecto a los poderes del Estado se ha de derivar del criterio que dejamos expuesto. Los funcionarios públicos y sus actuaciones merecerán todo nuestro respeto -especialmente las personas- pero sus actuaciones serán objeto constante de nuestro análisis.

No negaremos el elogio cuando éste sea merecido; tampoco escatimaremos la censura, cuando ésta sea aconsejada por el empeño constructivo que siempre ha de ser nuestro Norte.

Los actos de los gobiernos -aquí y en otras latitudes, especialmente en los países de nuestra raza- son con más frecuencia objeto de censura que de alabanza. Nace esa particularidad -así hemos de creerlo- de una inconformidad permanente, que consideramos creadora de progreso. La inconformidad equivale o responde a un anhelo de mejoramiento y, en ese concepto, constituye una fuerza creadora, ya que mantiene latente la exigencia a los gobiernos, de obras de progreso, de mejoras administrativas, de reformas institucionales, de probidad en el manejo de los fondos públicos, de respeto y acrecentamiento de las libertades.

Hay que vivificar esa inconformidad como elemento constructivo, manteniéndola dentro de los límites que ha de imponerle la justicia y no sobrepasando las posibilidades del país. Esa inconformidad será así la antítesis del aplanamiento y de la inercia, fuentes de estancamiento.

Con respecto a nuestro gobierno en concreto, tenemos que admitir -porque es un hecho evidente- que el ambiente es adverso a sus actuaciones administrativas y políticas, especialmente a las políticas. Nosotros procuraremos sustraernos a las prevenciones del ambiente, a fin de analizar con serenidad y sin prejuicios los casos concretos. Será nuestra actitud de imparcialidad vigilante, estudiando con sereno juicio los problemas nacionales.

Hemos de recalcar, además, que en nuestras columnas tendrán franca y leal acogida las declaraciones de los funcionarios del Estado que traten de defender o explicar sus actuaciones, o deseen exponer sus propósitos administrativos o sus proyectos de bien público. No habrá cortapisas para ese acogimiento, que consideramos de ética elemental y como un deber de información, si es que deseamos que la opinión pública sea orientada por nuestro medio, no de una manera unilateral, sino con la amplitud indispensable para que el juicio se forme cabal y derecho.

Estén o no los funcionarios o sus expresiones acordes con nuestro modo de pensar o de sentir las columnas de La Nación admitirán esas declaraciones, sin que ello pueda en forma alguna coartar la libertad de exponer contrario criterio, libertad a la que nunca renunciaremos. Aspira La Nación, en resumen, a ser la más libre de las tribunas, desde donde los ciudadanos todos -y nosotros en la primera fila de combate- defiendan honrada, libre y tenazmente los elevados intereses nacionales.

(Se omiten los últimos cuatro párrafos de saludo a la prensa nacional.)