No votaremos

Alemán y Ortega secuestraron la democracia en Nicaragua

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La posibilidad del que el FSLN –el Frente Sandinista de Liberación Nacional– gane las elecciones de este año ha vuelto a generar interés entre quienes vieron en la revolución sandinista de 1979, una esperanza cuyas promesas frustró la guerra y la intervención extranjera, así como muchos errores manifiestos de sus dirigentes, que se alejaron de los ideales éticos de Sandino. Esos ideales siguen representando la dignidad nacional, la democracia plena y la justa distribución de la riqueza.

A partir de entonces, la miseria se ha agravado, la riqueza se concentra cada vez en menos manos y los escándalos de corrupción se suceden uno tras otro. La responsabilidad moral que debe obligar a los gobernantes en una sociedad democrática ha sido sustituida por el engaño y el cinismo, y la sociedad se ve presa del desencanto y de la desesperanza.

Apariencias y retórica. Del FSLN, el partido que encabezó la revolución, no quedan más que las apariencias, los colores y la retórica, aunque no hay duda de que cuenta con numerosos seguidores fieles a las viejas banderas revolucionarias. Pero su dirigencia ha abandonado los presupuestos éticos que un día inspiraron nuevas esperanzas para Nicaragua. Sin escrúpulos, esa dirigencia ha recurrido a pactos y maniobras amañadas, y no ha vacilado en descabezar otras alternativas políticas, o volverlas sus rehenes, con el solo objetivo de que Daniel Ortega retorne a la Presidencia del país en su tercer intento.

La democracia se encuentra secuestrada hoy en día en Nicaragua por la voluntad arbitraria de dos caudillos, Arnoldo Alemán y Daniel Ortega, quienes, a través de un pacto, han cercenado la pluralidad de opciones políticas, obligando a muchos a escoger lo que consideran un mal menor, o a abstenerse de ejercer el sufragio.

Conciencia crítica. No podemos votar por los responsables de este golpe de mano contra el futuro de la democracia y de las opciones cívicas en nuestro país. No podemos votar, ni por Enrique Bolaños, que como vicepresidente ha sido corresponsable de todos los abusos cometidos por el gobierno actual, ni por Daniel Ortega quien, en su ambición de recuperar el poder, ha irrespetado los principios democráticos.

Por muchas promesas que hagan, ni un candidato ni el otro representan la integridad y capacidad que el pueblo nicaragüense habría requerido de su máxima autoridad, en un mundo tan complejo y borrascoso como el que se avizora en los próximos años.

Creemos que la perspectiva democrática de Nicaragua no se cierra con las elecciones de este año. El pueblo nicaragüense no aceptará seguir de desilusión en desilusión. Más temprano que tarde, el proceso electoral tendrá que recobrar su verdadero sentido, y las instituciones, hoy malversadas, llegarán a estar por encima de las ambiciones personales.

Mientras tanto, no podemos renunciar a nuestra conciencia crítica. Por respeto a la democracia, no votaremos mientras no recuperemos la plena libertad de elegir.