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La Alhambra, enclavada en la calle 2, entre avenidas central y segunda, volvió a resplandecer en pleno corazón de San José.

En la ciudad de Guadalupe, Goicoechea, la derruida edificación que fue casa del Dr. Ricardo Jiménez Núñez se salvó de la demolición y hoy se yergue, hermosa y restaurada.

Y en Cartago, la antigua comandancia se convirtió en un museo, siguiendo los pasos de similares instalaciones en San José y Alajuela, un rédito adicional de la decisión adoptada –tras la guerra civil de 1948– de proscribir el Ejército.

Menciono esos tres casos (por dicha no son los únicos) como ejemplos de que todavía se está a tiempo de rescatar y preservar expresiones del patrimonio cultural, amenazadas tanto por el inexorable paso del tiempo y las condiciones climatológicas como por la indiferencia o la clara intención de destruirlas (verbigracia, la casa de adobes en San Lorenzo, Flores).

En la tarea por salvar de la ruina el primer “rascacielos” de Costa Rica –entiéndase La Alhambra– se forja una alianza tripartita en la que participan el Estado, la Junta de Andalucía (gobierno regional), España, y los propietarios del inmueble.

Esa conjunción de fuerzas merece destacarse y apoyarse por cuanto constituye una vía correcta y demuestra que la conservación no tiene por qué ser antagónica con los intereses particulares, en este caso comerciales, de los propietarios.

Esa cooperación múltiple ya ha arrojado frutos anteriormente. Por ejemplo, los aportes de la Municipalidad de la Vieja Metrópoli para preservar la comandancia y la antigua estación ferroviaria.

La recuperación de inmuebles con valor histórico-patrimonial pasa también por un cambio de mentalidad. En otras palabras, si el fin original para el que se construyeron ya no se adecua a la realidad presente, no tiene por qué erguirse en una sentencia de muerte. Lamentablemente, eso les ocurrió a edificios que hoy añoramos (Palacio Nacional, Biblioteca Nacional.)

No solamente se trata de conservar un acervo. Es también darnos la oportunidad de detenernos a contemplar obras que se levantaron para un uso determinado (habitación, comercial u otro), pero cuyos impulsores lo hicieron también con gracia y con gusto.

Por eso, La Alhambra captura las miradas y evade la indiferencia con la que ignoramos los cajones circundantes.