Me gusta doña Laura

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Ella tiene un no sé qué. Tal vez es su disposición al diálogo con seguridad de lo que busca. Quizá su humildad ante sus interlocutores y su natural anuencia a estrechar manos.

Es posible que me convenza su demostración de que sabe que gobernará para todos y deberá ocuparse de todos. No sé si será su condición de madre, ser comprensivo por naturaleza.

Puede ser su trazo de ideas claras con demarcación de caminos para plasmarlas. O su calidez con firmeza al intercambiar pareceres con los antiguos rivales de campaña.

Cuando empezó la lucha política en busca de la presidencia, aún me parecía un poco insegura y equívoca, pero ya ha probado que aprende y madura.

En sus recientes citas con los mandatarios del Istmo mostró señorío y sapiencia. Tuvo sus fogueos y los aprobó sin contratiempos.

A lo mejor me gusta doña Laura por todo lo anterior, pero principalmente porque deja entrever sentido común. Para dar respuestas al país basta, en muchos casos, sentido común.

Aparte de ello, don Rafael Ángel Chinchilla es un señor con pleno conocimiento de la maraña del Estado. Intuyo que el consejo de padre será siempre oportuno, comedido y sabio.

Algo me dice que doña Laura sabe que tiene una oportunidad de oro para cambiar muchas cosas, para satisfacer los anhelos de los ciudadanos y fortalecer la confianza en la democracia.

Y creo que su arma más fuerte para lograr dar un golpe de timón en la forma de gobernar y cosechar frutos para todos será el impulso de iniciativas concisas y prácticas.

Si algo probó la anterior campaña política es que el ciudadano está atento y tarjeta de calificación en mano para registrar las actuaciones de los políticos.

Entonces, doña Laura, habrá que impulsar iniciativas a las que sea imposible decir no, debido a su contundente conveniencia para la colectividad.

Espero que quienes harán de opositores en este cuatrienio hayan entendido que el ciudadano está cansado de las peroratas, de la obstrucción gratuita, y tengan presente que sus réditos electorales dependerán de la demostración clara de que quieren el progreso de Costa Rica.

Nunca he creído en el trillado argumento de los políticos de que este país es casi ingobernable. Creo que es cuestión de voluntad, diálogo, humildad y sabiduría, pero sobre todo, insisto, de sentido común.