Llegar a Monteverde

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Quienquiera que haya visto la fotografía del camino (no carretera) a Monteverde –Puntarenas–, publicada el domingo en este diario, tendría una razón suficiente para pensar si se atreve a ir a ese maravilloso paraje natural.

Y si planea hacer el viaje en su vehículo, tome en cuenta que allá no hay estación gasolinera. Si necesita combustible, tendrá que pagar al menos ¢100 de más por litro y confiar en que el producto no esté contaminado...

Ambos obstáculos son inauditos a la luz de que estamos hablando del acceso a uno de los principales destinos turísticos de Costa Rica, de rigor incluido en los paquetes que se ofrecen al viajero internacional.

El caso en mención es un ejemplo del desfase entre lo que el país ofrece al turista –nacional o foráneo– y las condiciones, sobre todo de infraestructura, que le proporciona para que satisfaga las expectativas.

Cuesta creer, y todavía más admitir, que el desplazamiento a un sitio de gran riqueza natural, como es ese bosque nuboso en la cordillera de Tilarán, tenga que hacerse sorteando piedras y polvazales, en verano, y huecos y zanjas en invierno (como si no bastara con la topografía accidentada, con curvas y simas, propia de una vía que se abre paso entre cerros).

No es la mejor bienvenida.

Eso sí, el esfuerzo se compensa con lo que Monteverde tiene para entregar al visitante.

Empero, la voluntad de este no tiene por qué someterse a tal prueba, como tampoco es justo que el turista se halle con la desagradable sorpresa de que no hay un servicio adecuado para proveer de combustible al vehículo, por lo cual queda a expensas del oportunista y de un producto cuya calidad es incierta.

Costa Rica sigue siendo un polo de atracción turística cotizado en el exterior, mas no debemos olvidar que enfrenta una fuerte competencia.

Una infraestructura deficiente encarece los costos, y estos se trasladan al turista, lo cual constituye desventaja.

Para el costarricense, visitar Monteverde se le dificulta, además, por los altos precios del hospedaje y alimentación (algunos restaurantes no tienen siquiera la cortesía de presentar los precios en colones).

Una oferta accesible al viajero nacional permitiría a este conocer ese paraíso y a hoteleros y otros aprovechar un nicho que podría ayudarlos mucho, máxime cuando las vacas flacas asoman en los repastos.