Una serie de actores internacionales –OTAN, Unión Europea (UE), Estados Unidos, la Liga Árabe, entre otros– han proclamado su objetivo: construir una nueva Libia en la cual no hay cabida para Gadafi.
Al igual que los ratones, tienen claro que hay que ponerle el cascabel al gato. E igual que los roedores, hasta ahora el problema es quién lo hace y cómo.
Por el momento, la apuesta va por la presión militar, limitada, contra el régimen, la ayuda financiera a los rebeldes y la búsqueda del aislamiento diplomático de Trípoli.
Magros resultados hasta el presente, y ello se explica por una combinación de factores externos que conspiran contra los esfuerzos por derrocar a un dictador brutal, muy bien armado y con un arca bien llena de petrodólares.
El uso del poder aéreo, que autorizó la resolución 1973 de la ONU, no es suficiente para impedir que Gadafi sobreviva e incluso recupere posiciones.
La posibilidad de un despliegue de fuerzas terrestres no se contempla en aquel acuerdo y es bastante difícil que el Consejo de Seguridad la apruebe.
Aparte del lío de lanzar una operación de ese tipo, al margen de la ONU, en Occidente no se palpa entusiasmo: EE. UU. entregó el mando a la OTAN, pues tiene suficientes problemas en Afganistán e Irak, y ninguno de sus socios europeos levanta la mano para enviar soldados.
Inclusive, el apoyo a las acciones aéreas, encabezadas por Francia y Gran Bretaña, ha sido timorato, sin deseos de un compromiso mayor.
Detrás de esa actitud tibia, se esconde el miedo a una inmigración masiva desde Libia y el resto del norte africano, ya alimentada por el flujo de unos 20.000 tunecinos llegado a Italia.
Frente a los pedidos de este y otros países mediterráneos, por una posición común y solidaria (entiéndase, que otros socios de la UE también apechuguen con la carga), en el norte y centro europeos no han querido oír nada.
Y, para cerrar ese círculo, está el cálculo político-electoral: la ultraderecha nacionalista, xenófoba y antinmigrante sigue ganando terreno, por lo cual la derecha moderada está optando por subirse al mismo barco.
Tampoco la entrega de armas a los insurgentes cuenta con muchos adeptos.
Tomen nota de esos titubeos quienes en Siria desafían la implacable dictadura de al-Asad. vhmurillo@nacion.com