La distribución del poder

Un espacio parlamentario debe cumplir dos funciones: ayudar a los ciudadanos a entender qué apoya cada quien en los conflictos políticos y permitir que los diputados hagan rendir cuentas al gobierno con el máximo de publicidad

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¿Hay un diseño ideal para los edificios parlamentarios y cámaras legislativas? Parece una pregunta abstracta, pero con sorprendente frecuencia se convierte en un desafío muy concreto. Se materializó en la década de los 90, después de la descentralización del Reino Unido, cuando Escocia necesitó una asamblea.

También ocurre cuando los países —como Brasil en la década de los 50, Nigeria en la de los 80 e Indonesia en la actualidad— construyen nuevas ciudades capitales. Y puede surgir cuando un país decide —como la India recientemente— que un nuevo edificio parlamentario puede distanciarlo del legado colonialista.

El nuevo edificio que inauguró hace poco el primer ministro, Narendra Modi, es parte del rediseño integral de Central Vista, el distrito gubernamental de Nueva Deli. Modi, arquitecto consumado de su propio culto personal, recibió muchas críticas por conducir la ceremonia en vez de dejar que el presidente lo hiciera. Veinte partidos de la oposición boicotearon el acto.

A pesar de las controversias por la ceremonia y las quejas por el costo del proyecto, el aspecto del interior del edificio triangular —que reemplaza la estructura creada durante el raj— es relativamente poco polémico; de todas formas, uno se pregunta en qué medida representa —o, algo más importante, facilita— la política democrática. Winston Churchill alguna vez afirmó con sorna: “Damos forma a los edificios y luego ellos nos dan forma a nosotros”.

Un espacio parlamentario debe cumplir dos funciones: ayudar a los ciudadanos a entender qué apoya cada quien en los conflictos políticos y permitir que los diputados hagan rendir cuentas al gobierno con el máximo de publicidad. Debiera entonces confirmar el papel principal de la oposición legítima —ampliamente reconocido por lo menos desde 1826, cuando el político inglés John Hobhouse acuñó la frase “la leal oposición a su majestad”, durante un debate en la Cámara de los Comunes— como una suerte de “gobierno en espera”. En pocas palabras, la configuración física para los ministros del gobierno y las figuras de la oposición es importante.

Distintas formas

Ciertamente, en los sistemas presidenciales como el estadounidense, el gabinete no aparece en la legislatura en absoluto, y los presidentes de ese país no se someten a preguntas directas y en público de los representantes elegidos. Cuando en el 2020 la entonces presidenta de la Cámara Nancy Pelosi rompió una copia impresa del discurso de Donald Trump sobre el estado de la Unión, fue una rara demostración de interacción crítica pública y directa entre el Congreso y el presidente.

Pero en los sistemas parlamentarios, los ministros de gobierno enfrentan a la oposición en la cámara legislativa y dramatizan las diferencias políticas de manera directa. Eso explica la convicción de Churchill sobre la dependencia fundamental de la democracia parlamentaria británica, con su sistema bipartidista, de que la Cámara de los Comunes sea de estructura oblonga —donde las posiciones políticas se ven claramente— en vez de semicircular.

También insistió en que “una cámara pequeña y la sensación de intimidad son indispensables” porque permiten que los políticos se hablen cara a cara con “interrupciones e intercambios rápidos e informales” durante “el debate abierto”.

No todos coinciden con Churchill. El excanciller alemán Helmut Kohl, por ejemplo, quería que en la reconstrucción del Reichstag de la Alemania reunificada se incluyera más espacio entre los funcionarios de gobierno y el resto que en el plan original.

En Alemania Oriental, después de la segunda guerra, el canciller Konrad Adenauer promovió un diseño más jerárquico. Siguiendo una tradición que se remontaba a Otto von Bismarck, insistió en que las bancas del canciller y los ministros de gobierno debían estar elevadas respecto de la persona que se dirigía a la asamblea. Esa disposición obligaba a los oradores a voltearse y mirar hacia arriba para criticar a los ministros, que estaban detrás de ellos.

La forma de la duma rusa sigue el “modelo áulico”, aún más autoritario, en el que los diputados se sientan en filas frente al gobierno, cuales alumnos obedientes. En Austria los oradores deben dar la espalda a la asamblea para dirigirse a los ministros de gobierno, que se sientan detrás del estrado. (En la Cámara de los Comunes del Reino Unido, por el contrario, no hay bancas asignadas).

En Francia los ministros se sientan incómodamente en la primera fila de bancas semicirculares con el resto del parlamento detrás, una estructura que data de la década de los 30. Una configuración similar existe en el Parlamento húngaro, actualmente decorativo. En la Knéset israelí los ministros de gobierno se sientan alrededor de una mesa, de espaldas a los diputados.

Ventajas para el debate

A diferencia de lo que creía Churchill, sin embargo, los semicírculos ofrecen una ventaja, al menos en principio: los legisladores pueden observarse unos a otros (para ver, por ejemplo, sus reacciones durante los discursos), un beneficio que muchos de los ciudadanos masculinos que asistían a la ecclesía, el organismo de gobierno de la antigua Atenas, valoraban.

Un enfoque especialmente democrático, que destacó el jurista alemán Christoph Schönberger, puede ser el de la configuración italiana: los ministros se sientan en una mesa frente a los deputati, que pueden dirigirse a ellos directamente desde sus propias bancas designadas. Pueden mirarse fácilmente a los ojos, y no hay jerarquías obvias. Esto fomenta la interacción; los roles son claros para los observadores y todos pueden ver las reacciones de los demás.

Por supuesto, hay que ser ingenuo para creer que una disposición semicircular —o incluso un diseño completamente circular, como el que se intentó en Alemania Occidental antes de que mudaran el Parlamento a Berlín— necesariamente produce una política más armoniosa. Basta ver cómo se empujan entre sí —y hasta se tiran del pelo— los legisladores surcoreanos en un entorno semicircular favorable. Recordemos también que los jacobinos crearon el primer hemiciclo.

Con esto en mente, no debemos dejarnos engañar por la elegancia del nuevo edificio parlamentario de última generación de la India, sino estar atentos a las señales de las tendencias antidemocráticas de Modi y su Partido Popular Indio. El gobierno indio, después de todo, apoyó una agresiva ideología hinduista-nacionalista e intentó suprimir a la oposición. En marzo acaban de retirar del Parlamento al líder de la oposición, Raúl Gandhi, con un fallo judicial extremadamente discutible.

El verdadero emblema de la intolerancia de Modi es otro edificio: el templo hinduista que están construyendo en Ayodhia, en el lugar donde los nacionalistas hinduistas destruyeron una mezquita en 1992. Los parlamentos son símbolos, pero también funcionan como lugares para la toma de decisiones centralizada y (teóricamente) inclusiva; tal vez los sitios más adecuados para crear identidades de exclusión sean otros.

Jan-Werner Mueller es profesor de Política en la Universidad de Princeton. Su último libro esDemocracy Rules [Las normas de la democracia] (Farrar, Straus and Giroux, 2021; Allen Lane, 2021).

© Project Syndicate 1995–2023