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“Escrúpulo: Duda o recelo que punza la conciencia sobre si algo es o no cierto, si es bueno o malo, si obliga o no obliga; lo que trae inquieto y desasosegado el ánimo”. Así define esa palabra el Diccionario de la Real Academia Española que, como tercera acepción, señala: “Exactitud en la averiguación o en el cumplimiento de un cargo o encargo”.

Escrúpulos era, precisamente, de lo que carecía News of The World , publicación dominical británica que acaba de cerrar después de verse involucrada en un escándalo por escuchas telefónicas ilegales y pago de sobornos a la Policía, a cambio de información.

El caso, que está salpicando a Scotland Yard (sus dos máximos jefes renunciaron el pasado fin de semana) y al mismísimo primer ministro, David Cameron, pone en el tapete la relación entre el derecho de informar y el deber de hacerlo con apego a normas éticas.

Con mucha frecuencia, la prensa amarillista apela únicamente a lo primero, sin importarle cómo y a costa de qué o quiénes. El argumento de sus defensores es que hay que contar la “realidad” y esta pasa por hacerlo con la mayor crudeza y desenfado posibles (en Costa Rica existe un periódico para el que el respeto al dolor ajeno y a la intimidad del prójimo no cuentan, y son bagatelas de unos cuantos idealistas).

En aras de tal propósito, no importan los medios para conseguir la noticia. News of The World –que cada domingo vendía 2,6 millones de ejemplares– lo tenía como una máxima y por eso los sobornos a agentes policiales, el espionaje de comunicaciones telefónicas y la colocación de micrófonos eran parte de un “menú” válido.

Por supuesto, detrás de tal conducta hay seres humanos. Rebekah Brooks, la “quinta hija” de Rupert Murdoch –magnate del conglomerado de medios que incluía a aquel periódico–, era el cerebro. En su ascenso vertiginoso hacia el poder en la publicación, Brooks no se puso límites éticos.

En el periodismo, como en otros quehaceres de la vida, cuando quienes lo ejercen menosprecian el deber ser para abocarse únicamente al hacer, a como sea, quedan al descubierto los peores instintos y ambiciones del ser humano.

Deshumanizarse es una de las peores desgracias que le puede ocurrir a alguien que, por lo general, ni siquiera se percata.