Yo he conocido un hombre-vela

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Hay velas que nunca deberían apagarse. Más que permanentemente encendidas, deberían ser inacabables, infinitas. Porque arrojan luz, calor, ilusión. Porque permiten avizorar el peligro en la tiniebla. Porque en la penumbra permiten ver la realidad, la verdad, a través de su luz.

Hay velas que deberían ser eternas, avivadas como lo soñó el poeta: “El aire la vela, vela./ El aire la está velando”. Aire de libertad, aire de independencia, aire de reflexión, insuflan su inextinguible llama.

Hay seres humanos que llevan una vela por dentro. El fuego de libertad. El fuego del saber. El fuego de la pasión. La luz de la bondad. La luz de la sabiduría. La luz del amor y la amistad. Vela cargada de humanidad, solidaridad, compasión y respeto.

Yo he conocido un hombre-vela. Luz en su pluma, en sus palabras, en sus acciones. Ha iluminado caminos y senderos. Ha advertido de peligros. Ha vigilado con celo los intereses de la patria.

Yo he conocido un hombre-vela. Fuego en su alma, creadora y libre. Cálido en sus abrazos. Amoroso esposo y padre, y abuelo alcahuete. Su vela, su fuego y su luz han desaparecido del espectro público, pero allí sigue siempre cargada de esperanza, y es infinita porque el aire de humanidad que la ha nutrido siempre la está velando…