Yo, ciudadano

En la comisión hay quienes creenque tienen el monopolio de la verdad

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Un amigo me dijo, recientemente, que el título más importante no es señoría, majestad, presidente, etc., sino el de ciudadano. Si lo pensamos bien, el ciudadano es el soberano. Somos todos nosotros, personas comunes, miembros de la sociedad civil.

Somos la razón de ser de los gobernantes, el objetivo de sus programas, somos quienes los colocamos en sus puestos y a quienes deben lealtad, compromiso y respeto.

Como ciudadano informado y responsable, he dado seguimiento al caso del cemento chino, lo que publican los diarios, los noticiarios televisivos y radiofónicos, las redes sociales a las que pertenezco y conversaciones con amigos y colegas.

Dentro de la vorágine de todas estas diferentes fuentes, posiciones, expresiones, procesos alambicados, me llama poderosamente la atención la comisión investigadora nombrada en la Asamblea Legislativa para este caso.

La comisión, por sus interrogatorios coloridos y “gordianos”, se convierte en el espacio de entretenimiento con más público en los medios nacionales. Que va ser Bailando por un Sueño, el extinto Combate o A Todo Dar con aquellas muchachas tan guapas.

Ataques. Posiblemente, por esta misma condición de “interés nacional” y el más alto índice de audiencia, los diputados, quienes, antes que nada son políticos y su lealtad absoluta es para el partido y en segundo lugar para ellos mismos o viceversa, utilizan este espacio para procurar los ataques más voraces y destructivos contra los partidos contrincantes (para ellos enemigos).

Su consigna es embarrar a todos los adversarios políticos que sea posible, defender a todos los partidarios que se pueda, pero si no es posible, usarlo como chivo expiatorio y así ganar puntos de todas formas. Se les da más circo a los romanos y más carne a los leones.

En cada interrogatorio, o mejor dicho “linchamiento público”, se parte del supuesto que todos, o casi todos, son culpables y no hace falta demostrarlo, a contrario sensu de lo que dice la Constitución Política, que establece que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Además, esta interpelación casi inquisitoria, en su mayor parte, se convierte en un monólogo de estos adalides de la justicia, donde expresan sus juicios de valor, condenan, insultan, degradan y linchan al compareciente, y si queda tiempo lo dejan hablar, no responder porque es interrumpido a media argumentación.

Calificativos. Algunos miembros de la comisión se arrogan el derecho, o tienen el tupé, de decirle a un ciudadano compareciente que renuncie, que ya está obsoleto, que miente, que es irresponsable, vagabundo, etc., etc., etc. Le preguntan las cosas más increíbles: qué toma, si toma solo o acompañado, etc.

En la sacro santa comisión, hay quienes creen que tienen el monopolio de la verdad o de la lucha contra la corrupción, casi como superhéroes de historietas cómicas o de acción, cual paloma blanca, más puros que el agua, posiblemente con superpoderes que incluyen leer la mente.

Se les olvida que se deben a nosotros, a los ciudadanos, y no a su partido o su narcisismo; se les olvida que trabajan para nosotros y que nos representan, y que por último ese dictamen que les toma tanto tiempo desarrollar no tiene ninguna consecuencia en el ámbito judicial.

Yo ciudadano, no me siento bien representado por esos diputados y quisiera que se dediquen a asuntos urgentes y de mayor importancia para el país y donde están francamente en deuda con nosotros.

Señores diputados: actúen con firmeza, respeto, tolerancia, rigor profesional, acuciosidad, pero, sobre todo, educación. Recuerden que ustedes nos representan, somos los ciudadanos y no estamos satisfechos con su desempeño.

El autor es médico.