¿Y por qué se los quitaron?

La solución al problema fiscal no se dará si no hay voluntad política y el liderazgo para hacerlo

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En diciembre de 1994, México enfrentó una fuerte crisis financiera, conocida como del Tequila, cuyo detonante inicial fue una corrida contra el peso. Esto sucedió pocos días después del cambio de gobierno Salinas de Gortari-Zedillo. Como consecuencia, el inicio de la administración Zedillo se vio enfrentada a una alta devaluación, alta inflación, tasas de interés elevadas, contracción económica y necesidad abundante de ayuda externa.

Cuenta la leyenda urbana que, ante esta situación, el ministro de Hacienda de la nueva administración manifestó: “Lo que sucedió es que nos dejaron la economía pegada con alfileres”. A lo que, ni lerdo ni perezoso, el ministro de Hacienda saliente replicó: “¿Y por qué se los quitaron?”.

No eran alfileres. En Costa Rica, la administración Solís Rivera recibió un país con una situación fiscal complicada, pero la estabilidad económica no estaba todavía pegada con alfileres, sino con algunas tachuelas: el país tenía una elevada posición de reservas monetarias internacionales ($7.800 millones). La caja del Gobierno estaba fondeada gracias al desembolso de $1.000 millones de deuda externa. El nivel de la deuda del Gobierno Central respecto al PIB se ubicaba en 38,0%, el cual era todavía manejable. Sin embargo, ya el déficit fiscal había cerrado a fines del 2013 en el equivalente de 5,4% del PIB, un nivel muy elevado que debería enfrentarse con prontitud.

El convencimiento sobre la urgencia de enfrentar el problema de las finanzas gubernamentales era tal que, durante la campaña política 2013-14, el candidato del Partido Liberación Nacional incluyó la reforma fiscal como parte de su acción futura de gobierno. Así, la mesa estaba servida para sustituir algunas tachuelas por buenos tornillos que afirmaran la estabilidad y fortaleza de la economía del país.

Oportunidad perdida. Lamentablemente, fuera por razones de cálculo político o por desconocimiento de la realidad económica, el momento no se aprovechó y la oportunidad para mejorar la situación de las finanzas públicas se perdió.

La nueva administración, en lugar de avanzar en el proceso de ajuste fiscal desde los primeros meses en el cargo, más bien tomó acciones que aumentaron su deterioro, como el fuerte incremento a los fondos para las universidades en el 2014 o el excesivo gasto contemplado en el proyecto de presupuesto del 2015, “aprobado” pese a haber sido rechazado por mayoría de votos. El déficit fiscal cerró en 5,7% del PIB en el 2015 y la deuda llegó al 41% de la producción. ¡En vez de poner buenos tornillos, se sustituyeron las tachuelas por alfileres!

La administración Solís Rivera, ante el fuerte deterioro fiscal, cambió su discurso de campaña y empezó a hablar de la urgencia de resolver el problema, poniendo el peso de la acción en la Asamblea Legislativa. Pero gobernar no es hablar y trasladar responsabilidades. Es asumir los retos y luchar por ellos.

El liderazgo de una reforma fiscal, de la magnitud requerida, debe ser adoptado por el Poder Ejecutivo y, principalmente, por Zapote, pues los temas, más que técnicos, son políticos. Hay que conversar, persuadir, convencer y negociar, lo cual no se logra enviando proyectos o pronunciando discursos. La queja permanente de muchos de los diputados en relación a estos temas ha sido la ausencia de la Casa Presidencial en la Asamblea Legislativa; la presencia de Hacienda no es suficiente.

¿Hay claridad en el rumbo? Tampoco se logra avanzar si no se tiene claro el norte al cual se aspira. Resulta muy extraño que, mientras el pasado mes de enero la administración Solís Rivera indicara que va a proponer una reforma moderada en los ingresos de renta y ventas, tan solo seis meses después se diga que debe ser la reforma completa la que se apruebe, porque esa es la que el país necesita. ¿Qué pasó en esos seis meses para que se diera ese cambio de criterio? O, peor aún, ¿qué se espera pase en los próximos meses para actuar de esa forma?

Los análisis sobre el tema fiscal efectuados por gente conocedora de la materia señalan la importancia para el país de incrementar los ingresos por la vía de una modernización de los impuestos básicos de renta y valor agregado. Pero también apuntan a la necesidad de racionalizar los gastos, distribuyéndolos mejor, ejecutándolos más eficientemente, evaluando permanentemente su uso y valorando los resultados que se obtienen con los recursos asignados.

Claramente, esta no es tarea fácil, pero si no se empieza, nunca se va a alcanzar la meta. Sin embargo, pareciera que cuando se llega a este punto la decisión se traba. No podemos desconocer la presión que ejercen los grupos organizados con el fin de mantener o mejorar su statu quo. Cuando se escucha a ministros de Gobierno decir que, para privilegiar la paz social, no se adoptarán determinadas medidas, se aprecia que no hay el convencimiento, la voluntad ni la fuerza política para avanzar en la reforma.

Al toro por los cuernos. La solución del problema fiscal no se dará si no hay esta voluntad política y el liderazgo para hacerlo. Lamentablemente, es difícil esperar que esas condiciones se presenten en los próximos nueve meses.

En sustitución de la reforma, surge ahora la idea de impulsar un proyecto para autorizar al Poder Ejecutivo a endeudarse en el exterior. Eso evitaría algunas de las consecuencias desfavorables del déficit fiscal a corto plazo, particularmente, en las tasas de interés, la disponibilidad de crédito para el sector privado y el tipo de cambio, pero no solucionaría el problema de fondo. Es hora de tomar el toro por los cuernos, enfrentar los desequilibrios que tenemos y no llenar de alfileres los indicadores económicos.

En economía sabemos que “no hay almuerzo gratis”. Buscar más deuda externa y esconder bajo la alfombra los desequilibrios, no es más que agravar el problema para los próximos años. La relación deuda/PIB a fines del 2017 rondará ya el 50%. Las calificadoras de crédito han ido perdiendo la confianza en la capacidad del país de resolver seriamente sus problemas, y por eso tenemos hoy una calificación más baja de la que disfrutábamos hace tres años. Esto significa tasas de interés más altas para los créditos y un crecimiento más acelerado de la deuda futura.

No solo en lo fiscal hemos pospuesto soluciones. El uso de las reservas monetarias internacionales también permitió al Banco Central mantener un tipo de cambio relativamente estable y tasas de interés bajas, lo que se reflejó en una reducción del costo del financiamiento del Gobierno. Pero eso se alcanzó a costa de una disminución de más de mil millones de dólares en el saldo de reservas monetarias internacionales durante los últimos 18 meses.

Los movimientos recientes en el mercado cambiario y en las tasas de interés fueron consecuencia de la postergación en la toma de decisiones por parte del Banco Central, tal como el mismo Banco lo ha reconocido. Mantener una tasa de interés muy baja por tanto tiempo, pese a los cambios en la política de la Reserva Federal de los Estados Unidos y en la valoración del riesgo del país y empecinarse en sostener un tipo de cambio muy estable, pese a la reducción en la corriente de ingresos externos, solo sirvió para exacerbar los desequilibrios y aumentar la vulnerabilidad de la economía.

Hora de ser serios. El próximo 4 de febrero acudiremos a las urnas electorales a elegir a nuestro próximo presidente. La campaña política es una excelente vitrina para presentar soluciones reales a los problemas del país.

Ojalá los candidatos a la presidencia tomen este proceso con la seriedad que lo amerita, estudiando y formulando propuestas, formando equipos de gobierno capaces y comprometidos y estando en la disposición de liderar las acciones necesarias que permitan, ahora sí, quitar los alfileres sin tener las consecuencias desfavorables que vivió México en 1994-1995. El país lo necesita con urgencia.

El autor es economista.