Voces de la perdición

No solamente existen las voces tranquilizadoras, acunadoras y melódicas, sino también las que se utilizan para desacreditar, falsear la verdad y gritar

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Nacemos y vivimos entre voces. Cuando un bebé nace, su primer grito inaugura la relación interior-exterior, y, a partir de ese momento, se establece su primera comunicación, por lo general, con la madre.

Asimismo, cuando la madre alimenta al bebé, le habla o le canta de cierta manera, su voz tendrá un determinado timbre, volumen y agudeza que procurará calmar al bebé y satisfacer su demanda de amor.

A la voz de la madre, sus canciones y la música que ella hace escuchar al niño se le conoce como baño melódico, y pone a disposición del bebé un primer espejo sonoro que este utiliza primero con sus gritos, que la voz materna tranquiliza como respuesta; luego, con sus gorjeos; y, finalmente, con sus juegos de articulación fonemáticos.

Esto constituye el primer aprendizaje de conductas semióticas que se encuentran en el origen de la comunicación social.

Sin embargo, no solamente existen estas voces tranquilizadoras, acunadoras y melódicas, sino también las que podríamos llamar no voces. Es decir, aquellas voces fatuas que se utilizan para desacreditar, falsear la verdad y gritar, y que pertenecen a aquellos seres no domesticados que rehúsan pertenecer al orden simbólico.

En la teoría psicoanalítica conocemos esta voz como la pulsión invocante, porque es una invocación del Otro, pero, como sabemos bien, no siempre de la voz del Otro nos llega la ley o el amor, sino también la maldad y la insensatez.

Haciendo hincapié en el fenómeno del grito, cabe destacar que este interpela al Otro. Dicho de otra manera, el grito demanda la satisfacción de una necesidad que exige una respuesta.

Cuando un dirigente sindical, gerente deportivo, pastor, presidente o diputado utiliza su investidura para “hablar a gritos”, lo hace por una incipiente formación del Yo, invocando que reaparezca su madre o sustituto materno y lo envuelva con su calma.

El horror es para quienes, sin desearlo, tropezamos con esos gritos al descubrir un infante en piel de adulto, allí donde antes solo podía contemplarse un populista, cuya voz busca satisfacción en su propio recorrido, es decir, una voz de la perdición.

Tales hablantes suelen ser defendidos sin pestañeo por otras no voces que replican sus ecos formando un vacío colectivo, un decir invadido por voces de otros y que no conforman de ninguna manera una comunidad, sino una relación social entre personas que está mediatizada por una emisión vocal, y que, a su vez, está ligada a un displacer interno. Son voces que solamente sirven para irrumpir y romper.

En relación con la demanda de satisfacción, Lacan usa el término estrago para referirse a la devastación que retorna sobre el sujeto cuando la demanda, que es siempre demanda de amor, se torna ilimitada.

Esto quiere decir que el amor ilimitado a un líder o un dios puede llevar a una persona, familia, grupo, comunidad o país al estrago, a la devastación.

Estos seres “estragantes”, cuya voz no cesa, son amos de la perdición, que se las ingenian para excitar los ánimos sin mancharse de sangre o para desangrar el sistema sanitario o educativo de un país.

Otra observación con respecto a las conductas semióticas mencionadas anteriormente es la imitación diferida, entendida como aquella que puede darse en ausencia del modelo.

Sobre esto hay que separar dos cuestiones: lo que dice la voz y la voz. Dicho de otro modo, por un lado, tenemos el acento, la entonación, el ritmo, el timbre, y, por otro, lo que la voz dice, esto es, la significación o el discurso.

Es así como ministros, periodistas, jefes de bancada, asesores o monaguillos imitan como muñecos de ventrílocuo las huellas didácticas de sus amos.

Ahora bien, en honor a la verdad, hay que reconocer que en las situaciones “estragantes” de un país, como por ejemplo los más de 900 homicidios a lo largo del 2023, además de las mencionadas voces de la perdición, existe también en el conjunto social la mirada perpleja de quienes presenciamos lo que pasa.

Se necesita un esfuerzo para salir de la negligencia en la que dormitamos, silenciar las voces que exigen como ofrendas de sacrificio a nuestros jóvenes, nuestras calles y nuestro sistema de derecho. Solamente por la vía de la ley es posible rescatar el carácter apolíneo de la voz.

cgolcher@gmail.com

La autora es psicóloga y psicoanalista.