Víctor Mesalles: labriego y sencillo

Esta es la historia de don Víctor, como lo llamaban con respeto quienes lo conocieron de cerca

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Cuando se han vivido en carne propia tiempos de guerra, el carácter no permanece indiferente. Se forja un no sé qué de fuerza, tenacidad y aprecio por la vida, surgido en la dificultad y templado en la carencia. Se pierde el miedo a emprender, a buscar un mejor camino, y no hay ya dificultades, sino retos.

La comodidad se estima en poco y se aprecia cada segundo concedido generosamente por la vida. Esta es la historia de don Víctor, como lo llamábamos con respeto quienes lo conocimos de cerca y lo mirábamos con admiración.

Muy temprano en su niñez, rozó la guerra su natal Llardecáns, pueblo agrícola en la provincia de Lérida, en las zonas bajas de Cataluña. A sus 10 años, conoció la escasez de alimentos y las consecuencias de la guerra. No pudo continuar sus estudios hasta 1941, en una España destruida por una guerra fratricida y una Europa enfrascada en un conflicto de magnitudes históricas.

“Recuerdo un episodio durante la guerra civil española”, decía. “Tuvimos que huir varias veces a la masía por las persecuciones. Tendría entonces unos 12 años. Recuerdo que fui a llevar agua a los soldados en un balde. Me lo agradecieron. Uno con una barra de jabón, otro con una barra de chocolate”.

Las carencias del Viejo Continente lo llevaron, como hace siglos a pobladores de la península, a aceptar la invitación de lo desconocido y seguir a un familiar establecido en Costa Rica para enraizar nueva vida. Y aquí se quedó desde el año 1952. Formó familia e hizo patria en esta, su nueva tierra.

Partió de España a los 25 años para ayudar a su primo Rosendo con las fincas que estaba iniciando en Costa Rica. Probó nuevos caminos con una familia dedicada a la importación de abonos para la agricultura.

José Pujol le abrió la puerta en la bodega de Abonos Agro en 1952, sin saber entonces que este joven vendría a ser su fiel compañero y mano derecha a lo largo de 30 fecundos años. Juntos emprendieron proyectos tan conocidos como Galvatica, Tubotico, Plywood, Durpanel, entre otros. Abonos Agro se convirtió en un gigante de la industria de la construcción, integrado como fabricante y mayorista, uno de los grupos empresariales más prósperos del país.

En 1978, siendo entonces gerente general de Abonos Agro y con 53 años de edad, decidió migrar de nuevo hacia la aventura en un proyecto personal e invirtió en una empresa de envases. Empresario y emprendedor al fin y al cabo, vio una oportunidad y no tuvo miedo de seguirla.

Corrió el riesgo de crear la Compañía de Metales Centroamericanos, que con el tiempo se convirtió en el Grupo Comeca, y en 1982 asumió la dirección de la fábrica a tiempo completo y comenzó una historia de crecimiento hasta llegar a ser una de las corporaciones de envases y empaques más grandes de América Latina.

A sus 90, Víctor Mesalles seguía hablando de nuevos proyectos y pidiendo a Dios que le diera tiempo para muchos años más. Nunca se encontraba ocioso. Su gran secreto: no hay sufrimientos ni dificultades. No hacen falta compensaciones cuando se disfruta tanto de lo que se hace en el día a día. “Debo agradecer a Dios, porque yo nunca he sufrido. Lo que se dice sufrir. He luchado, y mucho. Todo me ha costado. Pero disfruto mucho la lucha, los negocios, los retos”.

“¡Es mentira que tengo 90 años! Tengo solo 20 años de edad y 70 años de experiencia”. Unas palabras de don Víctor Mesalles que recuerdo cuando le dieron una distinción hace unos años. “Siempre fui muy inquieto”, nos decía.

Fiel creyente de estructuras planas y comunicación fluida, nunca creyó en los grandes corporativos. “Las oficinas deben ser dignas y funcionales. Con eso basta. El resto es lujo”, manifestaba.

Cuentan las malas lenguas que cuando visitaba una nueva obra de construcción, le decía al guardia de la noche que recogiera los clavos para ahorrar. Sin duda, un catalán de primer orden que cuidaba cada peso. Ya mayor, se levantaba temprano, hacía un rato de ejercicio y se iba para la oficina temprano. Los que lo conocían le decían: “Ya, descanse, don Víctor”. Respondía invariablemente: “¿Qué voy a hacer en la casa? Para mí, el trabajo es la mejor diversión. Disfruto siempre lo que hago”.

No hay hombres perfectos. No existen sobre la tierra. Pero hay hombres que dejan huella. Pisan fuerte y pasan por la vida cambiando las vidas de muchos. Firme y sonriente a la vez, abierto a la broma alegre, amante del buen vino y la paella, se sentía orgulloso del camino recorrido. Como quien tiene las manos llenas a fuerza de trabajo duro, de emprender a cada paso nuevas aventuras… O más bien, como quien se toma cada día como una nueva aventura.

No le interesaba que nadie lo alabara por ello ni que los periódicos sacarán su foto. Cuando íbamos a comer, poca gente lo reconocía en el restaurante. Se subía en mi auto viejo sin aspavientos y me decía dónde íbamos a comer ese día. Nunca me dejó pagar.

Esta es la maravillosa sencillez de un espíritu magnánimo: su generosidad. Buscó el logro, no por lo que tiene de personal, sino por lo que tiene de valioso. Formó gente, dejó trabajar, pasó desapercibido y vivió enamorado de lo que hacía y de su querida Costa Rica.

De paso se convirtió en un gran empresario y nos enseñó lo mucho que se puede hacer cuando se es tenaz, empeñoso y alegre. La mejor expresión que puedo imaginar del labriego sencillo. No siempre fácil, pero siempre laborioso. Se me hace un nudo en la garganta al recordarlo, y me inspira su ejemplo a luchar por una patria mejor.

gcespedes@ipade.mx

El autor es profesor en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (Ipade) en México.