Venganza

La venganzaes patrimoniode lahumanidad

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No se devuelve la presa que ha logrado el escape, para atacar a su depredador cuando está distraído. La venganza es patrimonio de la humanidad; solo nosotros somos capaces de sentir rencor y dejar que este nuble nuestro juicio. Con un arma en la mano, somos peor que cualquier animal salvaje, nuestras razones para usar esas garras artificiales, llámense pistolas o puñales, son generalmente poco razonables.

Nos preguntamos cómo es posible que lleguemos a realizar tales actos de violencia, solo porque la antigua pareja decidió seguir su vida, o porque esa otra persona no nos simpatizaba.

Los miembros de esta sociedad –no todos, desde luego, pero sí una buena parte– perdemos fácilmente la visión del conjunto y no vemos más allá de lo inmediato, de las emociones y esa sed de sentirnos reivindicados.

Como si los otros valieran menos, como si cualquier ofensa en nuestra contra mereciera un castigo devastador e implacable. Thomas Hobbes pensaba que toda venganza debería tomar más en consideración el futuro que el pasado, es decir, no el rencor por lo ocurrido (se tenga o no razón), sino la consecuencias para todos los implicados.

El ser humano debería, al menos, tomar en consideración el contrato social que resguarda su propia integridad y que cobrará su falta para asegurar que pueda continuar la convivencia de los pueblos.

En el mejor de los casos, la persona consideraría la dignidad de sus semejantes tanto o más que la propia; no solo la de la víctima, también la de la familia de ambos y cualquier otra persona cuya vida se vería afectada por sus actos.

Este mundo nuestro nos ha enseñado que primero voy yo y nunca el otro. No crecemos emocionalmente más allá de ese egocentrismo asociado con un parco desarrollo moral. Ya no se nos enseña –o no aprendemos– a pensar antes del acto, esa esencia ética que nos aleja de la emotividad pura y de lo fugaz. Si queremos hacer algo, lo hacemos y punto; no importa meditarlo antes ni sopesar las consecuencias. Poco logra el arrepentimiento seguido de apretar el gatillo o clavar la navaja, la culpa quizá ayude a la redención del vengador, pero no revive muertos.

¿Para qué educar en valores? ¿Para qué dedicar tiempo a la formación de los hijos desde el hogar? ¿Para qué perder energía tratando de formar adultos hechos? (como si el crecimiento moral no fuera posible después de cierta edad).

Para que no pasen más estas cosas, para que nadie escriba sobre ellas, para que usted no tenga que leerlas, para que nadie vuelva a sufrirlas.