Una solución para Siria

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BERLÍN – Con el plan de Rusia y Estados Unidos para la destrucción de las armas químicas sirias (encarnado ahora en la Resolución 2118 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas), puede ser que la búsqueda de un final a la guerra civil tome un rumbo más constructivo, ya que el Consejo de Seguridad también demanda que se celebre cuanto antes la largamente planeada segunda conferencia de Ginebra sobre Siria. Y con razón: la eliminación de los arsenales químicos de Siria debe ir de la mano de un proceso político que ponga fin a la guerra.

En primer lugar, por razones prácticas: ningún intento de verificar, asegurar y, finalmente, destruir el enorme arsenal de armas químicas con que cuenta Siria será viable si no se logra, por lo menos, un alto el fuego duradero. Pero hay también otros motivos que exigen sincronizar ambos procesos.

Aparte del sufrimiento humano, no es posible ignorar las terribles consecuencias que la guerra civil siria puede tener sobre la región. Algunos advierten sobre el riesgo de una “libanización” del país, esto es, su división en feudos rivales y regiones cuasi independientes. Pero la fragmentación de Siria no es la única hipótesis probable.

De hecho, la metáfora del Líbano es demasiado generosa. A diferencia de lo ocurrido durante los 15 años de la guerra civil libanesa, hoy ninguna potencia regional sería capaz de contener la guerra siria dentro de sus fronteras. Por ello, es mucho más probable que una desintegración de Siria ponga en entredicho todo el sistema de Estados (el acuerdo “Sykes-Picot”) que ha regido en Medio Oriente desde el final de la Primera Guerra Mundial.

Esta hipótesis de inestabilidad regional no es meramente teórica, sino que surge de lo que está sucediendo en el terreno. La presión implacable del conflicto sirio ya ha comenzado a desdibujar los contornos políticos establecidos del Líbano. Entre Baalbek y Homs ha surgido una zona bajo control de facto del Hizbulá libanés y de las fuerzas del régimen sirio, extendida a ambos lados de la frontera sirio-libanesa.

Al mismo tiempo, los combates están creando una situación voluble en las áreas de mayoría kurda de Iraq y Siria. Tras la caída de Saddam Hussein, el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) estableció en el norte de Iraq una zona autónoma de facto respecto del Gobierno Central con sede en Bagdad. El curso de los acontecimientos (tanto regionales como locales) podría empujar a las autoridades kurdas, cuya capital es Erbil, a declarar la independencia formal.

Un Estado kurdo en esa región, con ingresos petroleros y buenas relaciones con la vecina Turquía, sería viable. De hecho, el GRK dejó en claro que respeta la soberanía turca y que no interferirá en las relaciones entre el Gobierno de Ankara y la población kurda de Turquía. Y (al menos, para garantizar su propia seguridad) está intentando extender su poder (formal o informalmente) dentro del área septentrional de Siria.

El nivel de aceptación regional de un proyecto soberanista kurdo extendido más allá de las fronteras que hoy controla el GRK depende, entre otras cosas, del alcance de las ambiciones nacionales de los kurdos. Desde el punto de vista turco, una confederación entre la región nororiental de Siria y el GRK podría propiciar más agitación entre la población kurda de Turquía, por no hablar del control de la frontera turco-siria por parte del antiturco Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). En cambio, cualquier intento del GRK de establecer un corredor kurdo hasta el Mediterráneo encontraría sin duda resistencia, no solamente de Turquía, sino también de las otras facciones que combaten en Siria.

En todo caso, ¿qué implicaría la independencia kurda para el resto de Iraq? No es una cuestión de territorio, fronteras y petróleo nada más, sino que también concierne al equilibrio de poder dentro de Iraq. La partida de los kurdos eliminaría uno de los tres elementos constituyentes de la política iraquí (junto con los árabes shiitas y los suníes), y es casi seguro que provocaría un agravamiento de la polarización sectaria dentro del país.

Además, la independencia kurda podría alentar demandas de autonomía en las provincias con mayoría sunita lindantes con Siria, Jordania y Arabia Saudita (una tercera zona donde la guerra civil siria está desdibujando las fronteras internacionales). Los lazos sociales, tribales y económicos entre las provincias de Deir ezZor, en Siria, y Anbar, en Iraq, son fuertes, y lo son todavía más desde que el control de la zona por parte de los Gobiernos sirio e iraquí se debilitó.

Es increíble ver cuántos observadores de la región parecen prever, esperar o temer que todo esto conduzca, casi automáticamente, a un “nuevo Sykes-Picot”, es decir, al establecimiento en Medio Oriente de un nuevo orden regional diseñado por las grandes potencias de la actualidad. (Una búsqueda en Google con los términos “nuevo Sykes Picot” en árabe arroja 52.600 resultados.) Pero es evidente que estas expectativas no son realistas. Los europeos y los estadounidenses han aprendido (y su experiencia también sirve de lección a China, Rusia y otros países) que ninguna potencia externa podrá diseñar soluciones políticas o el orden regional de Medio Oriente.

De modo que, en vez de considerar o idear nuevos trazados de fronteras, las potencias regionales y extrarregionales deberían concentrar sus esfuerzos en mantener a Siria unida. Y la prevista segunda conferencia de Ginebra es un primer paso necesario.

Sin duda, abundan las razones para ser pesimistas respecto de que las facciones que combaten en Siria estén dispuestas a entablar negociaciones serias. De hecho, ninguno de los patrocinadores externos del régimen y de la oposición (Rusia, Estados Unidos, Irán, Arabia Saudita y otros) puede garantizar el éxito de la segunda conferencia de Ginebra. Pero todos ellos podrían mejorar las condiciones de negociación con el simple gesto de enviar a sus respectivos patrocinados en Siria un mismo mensaje: que, a partir de este momento, ya no esperan la victoria militar de uno de los bandos.

Es decir, Rusia e Irán deben decirle al presidente sirio, Bashar Al Assad, que no lo apoyarán en su intento de procurarse el triunfo militar. Arabia Saudita, Estados Unidos, Turquía y otros deben decirle a la Coalición Nacional de Fuerzas Revolucionarias y de la Oposición Siria que no ganará la guerra; y los salafistas deben oír este mismo mensaje de Arabia Saudita. Por su parte, Turquía y Qatar deben transmitirlo a los Hermanos Musulmanes. Todos estos grupos deben recibir el mismo mensaje: que seguirán teniendo apoyo político, financiero y para negociar con el régimen sirio, pero que ya no habrá apoyo militar para ellos.

Esto daría a las partes en conflicto un poderoso incentivo para ir a Ginebra: los combatientes solo se sentarán a negociar seriamente cuando sepan que ya no tienen alternativas.

Volker Perthes es presidente ejecutivo y director de Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP), el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, con sede en Berlín. © Project Syndicate.