¿Una nueva política?

Hemos tenido “buena política” y “mala política” y aún estamos esperando la “mejor política”

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En las recientes elecciones municipales, escuchamos con frecuencia a muchos candidatos a las alcaldías, intendencias, regidurías y sindicaturas prometer el ejercicio de “una nueva forma de hacer política”, cantaleta usada profusamente también por algunos candidatos presidenciales y por no pocos aspirantes a una curul legislativa en anteriores procesos electorales.

Con esa frase, pronunciada como un acto reflejo por muchos de nuestros dirigentes políticos, se critica y censura implícitamente la “vieja forma de hacer política”, la “vieja política”, identificando a esta con el comportamiento de los protagonistas de esta actividad basado en el oportunismo, la mentira, el engaño, la calumnia y la maledicencia contra el adversario, el aprovechamiento personal y, fundamentalmente, en la inobservancia de valores éticos y morales.

El planteamiento de una “nueva política” contiene entonces la promesa de un comportamiento diferente en el ejercicio de la actividad política, sustentado en la transparencia, el respeto al contendor, en la vocación de servicio y en la ética.

La premisa de que es necesaria una “nueva política” porque la “vieja” ha sido perniciosa es no solo temeraria, sino también falaz, porque, tal como está formulada, acusa de malvados y dañinos a todos quienes han participado con anterioridad en la actividad política.

Al vituperar y denigrar de esa manera a los actores de la “vieja política”, sin distinción alguna, se hace una injusta y odiosa generalización que desconoce deliberadamente –para beneficiar aspiraciones electorales presentes– que en el pasado han sido protagonistas de nuestra vida política ilustres ciudadanos que aportaron ingentes beneficios al país y que la mayoría de quienes se han interesado en los asuntos públicos han sido personas íntegras y bien intencionadas.

Encasillamiento. Así, la diferenciación entre “vieja” y “nueva” es disparatada y equivocada porque encasilla como perversa y nociva toda la acción política anterior y como impoluta y beneficiosa aquella que se promete instaurar, siendo la verdad que tanto en la “vieja” como en la “nueva política” se ha practicado la “buena” y la “mala” política, términos estos últimos cuyo uso en este contexto serían más adecuados.

También se puede entender que cuando se habla de la necesidad de una “nueva política” es porque la “vieja política” carece de ideas y propuestas para la solución de los problemas que aquejan al país o porque las ideas y propuestas que formulan ciertos políticos son consideradas obsoletas, inoportunas e inconvenientes.

En este caso, más que una “nueva política”, lo que se pretende expresar es la conveniencia de una “mejor política”, y por lo tanto el enfoque debería, obligatoriamente, de estar acompañado de un “mejor” planteamiento ideológico y programático, de contribuir a que el país tenga una “mejor” calidad en el debate político, lo que no se ha producido pese a la aparición de nuevos actores en el escenario nacional.

Sin cambios sustantivos. Al contrario, la realidad nos demuestra que la tan cacareada “nueva forma de hacer política”, de la “nueva política”, tiene mucha similitud con la tan vilipendiada “vieja forma de hacer política”, con la “vieja política”, ya que la mayoría de quienes han utilizado ese estribillo y han logrado posiciones de poder, no solo no han formulado ni ejecutado ningún cambio sustantivo, sino que han copiado algunas de las prácticas perniciosas que condenaban.

Y, como para muestra un botón, podemos afirmar que la gestión del nuevo equipo que ejerce el gobierno, así como el desempeño de los diputados y regidores –del presente y de períodos anteriores– que representan partidos emergentes, no han hecho las cosas de forma diferente a como se venía haciendo, y ello es prueba de que tanto antes como en el presente hemos tenido “buena política” y “mala política” y que una “mejor política”, tan necesaria para lograr acuerdos y mejorar como país, aún la estamos esperando.

El autor fue embajador ante el Vaticano.