¿Una cumbre de plutócratas?

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BRISBANE – Durante una cena oficial en Washington, D. C., previa a la cumbre del G-20 de Brisbane en este mes, Rupert Murdoch, el magnate de los medios de comunicación, y nacido en Australia, sermoneó a ministros sobre los peligros del socialismo y Gobiernos grandes. Desde su postura como fuerte oponente al precio del carbón de Australia, y aguerrido adversario del presidente, Barack Obama, Murdoch alabó las virtudes de la austeridad y la regulación mínima, y arremetió contra los efectos perjudiciales de las redes de seguridad social.

Los ministros estaban en Washington para participar en las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, donde intentaron resolver diferencias y acordar una base común antes de la próxima cumbre. No obstante, el tono de Murdoch sugiere que será difícil llegar a un consenso sobre un crecimiento incluyente y sostenible.

Los comentarios de Murdoch van en el mismo sentido que los de su amigo, el primer ministro australiano, Tony Abbott, y de la Administración que este último encabeza actualmente. En enero, por ejemplo, Abbott sorprendió a todos en la conferencia de Davos al informar que la crisis financiera global no se explica por mercados mundiales desregulados, sino por demasiada gobernanza. Esto fue, sin duda, una información inesperada para los ministros de Finanzas, que durante los últimos años se habían dedicado a lidiar con las consecuencias tóxicas de los excesos del sector financiero.

Visto el contexto de dichos comentarios, uno entiende mejor por qué Australia rechaza incluir las cuestiones de cambio climático y prosperidad incluyente en la agenda de Brisbane. Y es que estimular el crecimiento mundial es en sí un enorme desafío, con todo y que no se tome en cuenta el tema del crecimiento incluyente o la sostenibilidad ambiental. Las perspectivas sombrías de crecimiento del FMI así lo confirman. Además, muchos responsables del diseño de políticas ven la presidencia de Australia en el G-20 como una oportunidad de revitalizar y redefinir la misión del grupo para impulsar el crecimiento global, crear empleos y mejorar los estándares de vida. Los ministros de Finanzas del G-20 ya han acordado una meta de 2% de crecimiento anual, de aquí al 2018, y, a fin de lograr dicha meta, examinar profundamente las más de 900 propuestas de reformas estructurales.

Queda por ver cuáles reformas proponen los miembros del G-20 y el nivel de compromiso que tienen para implementarlas. Sin embargo, el desafío más grande es alcanzar las metas de crecimiento de forma incluyente y sostenible. Si las reformas estructurales no se hacen bien, la cumbre de Brisbane será vista como un fracaso. Las reformas estructurales, que suponen sacrificar determinados intereses por el bien de la mayoría, siempre serán controvertidas y difíciles de ejecutar. Sin embargo, cuando dichas reformas implican sacrificios de la parte de ciudadanos comunes y benefician a los grupos más privilegiados de la sociedad, las consecuencias invariables son la parálisis política y la inestabilidad.

En los dos últimos años, académicos, instancias de regulación, economistas e instituciones financieras han observado la relación que hay entre el estancamiento secular de la demanda y una mayor desigualdad en los ingresos. Es irónico que, en un momento en que muchas personas en los países en desarrollo están entrando al nivel de clase media emergente o están aspirando a ser parte de ella, la riqueza en gran parte del mundo desarrollado se está concentrando más en los más ricos.

En efecto, la desigualdad en el nivel de ingresos, tanto en economías emergentes como en economías avanzadas, ha aumentado intrageneracionalmente y entre generaciones. El rechazo de Australia a debatir la cuestión del crecimiento incluyente en la cumbre de Brisbane puede convenir a plutócratas como Murdoch; no obstante, las conversaciones sobre mercados no regulados, menores impuestos y la eliminación de redes de seguridad social muestran claramente que en la cumbre no se ofrecerán políticas sustanciales destinadas a reducir la desigualdad.

A pocos días del inicio de la reunión de Brisbane, el G-20 está ignorando las amenazas de largo plazo a la economía global. Como señaló temprano, este año, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney (que, supongo, escuchó el sermón de Murdoch), “el fundamentalismo de mercado sin barreras puede devorar el capital social esencial para el dinamismo de largo plazo, necesario al propio capitalismo”. La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, explicó más cruda-mente, no hace mucho, que había que observar que las 85 personas más ricas del mundo controlan más riqueza que los 3.500 millones de personas más pobres, y que este nivel de desigualdad está ensombreciendo la economía mundial.

La desigualdad no es un asunto marginal. Es esencial combatir el ascenso de la desigualdad para lograr un crecimiento económico sostenible y estabilidad política. El verdadero poder del G-20 es resaltar los desafíos y generar un debate informado sobre los asuntos en cuestión como paso previo al diseño de medidas. El punto ahora es ver cuál de los dirigentes participantes en Brisbane –si alguno se decide– tomará el megáfono mundial y se pronunciará.

Wayne Swan, exviceprimer ministro y ministro del Tesoro de Australia, ha participado regularmente en las reuniones de los ministros de Finanzas del G-20. © Project Syndicate.