Un pueblo decidido a cambiar

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Hace diez años y medio escribí en esta misma sección: “En los albores del nuevo milenio surgió en la historia de nuestro país el Partido Acción Ciudadana (PAC) y durante su primer año de existencia comenzó a sentirse su fuerte impacto en la vida nacional. En el fragor electoral del año 2001 se reconocieron sus principios políticos y su empeño por una ética pública capaz de reforzar los valores de nuestra democracia, en lucha frontal contra partidos políticos usufructuarios de un poder político corrupto y paralizante: contra la inercia, la ineficacia, la desidia, los vicios políticos enquistados en las cúpulas… Merece recordarse siempre, y especialmente hoy –cuando los daños políticos pesan tan gravemente sobre nuestra violentada y empobrecida democracia–, la limpia trayectoria del PAC, en fuerte contraste con los subterfugios y evasivas de aquellos políticos que son responsables directos del retroceso económico, social y cultural de nuestra nación. Afortunadamente, el PAC continúa proyectándose como la mejor alternativa para el cambio, la recuperación y el progreso de la patria: esperanza genuina de una vida digna lograda, sostenida y decidida por el pueblo” (Página Quince, La Nación , 3-8-2003).

El PAC obtuvo en su primera contienda, el 3 de febrero del 2002, más de 400.000 votos y los dos viejos partidos tradicionales, a pesar de sus gastos multimillonarios frente a la ejemplar austeridad del PAC, no alcanzaron el porcentaje requerido y hubo que proceder a una segunda ronda electoral.

Cuatro años después, el pueblo, deseoso de cambios substanciales, continuó apoyando las revolucionarias y muy bien concebidas propuestas programáticas del PAC, hasta casi convertirlo en vencedor contra un Óscar Arias que soñaba con un triunfo avasallador. No deseo especular sobre la sonada victoria de Laura Chinchilla, pues la decisión mayoritaria por un cambio político substancial no se consigue en pocos años. Pero los errores de perspectiva de aquellas elecciones se han pagado con creces, lo suficiente como para que el descontento popular creciera exponencialmente. Yo mismo fui presa de un gran desaliento político, hasta el punto de convertirme en un áspero crítico del papel de la oposición y de sus líderes, que me parecían demasiado pasivos en tales circunstancias. Erróneamente, no recordé que un cambio radical en la voluntad del pueblo requiere pasar por la angustia de una profunda crisis político-social.

El 2 de febrero, una mayoría pensante, que reconoce los principios y la trayectoria del PAC, lo situó en primer lugar y es muy probable que haya de conducirlo al triunfo el 6 de abril. Será una conquista de esa “acción ciudadana” activa, bien informada y críticamente contralora, que, desde un principio, contó con poner en un primer plano de ejecución política Ottón Solís, el visionario fundador del PAC, y aquellos hombres y mujeres ejemplares que le han acompañado en su lucha. Justamente, cabe reconocer el decisivo papel de Luis Guillermo Solís, el ilustre candidato cuya presencia política y humana conquistó la preferencia en el corazón y la mente de tantos ciudadanos que han valorado su inteligencia, integridad, amabilidad, dinamismo y conocimiento en todas sus intervenciones públicas durante la campaña.

El PAC, “partido del pueblo que decidió cambiar” –como dice su lema original–, se encontrará ahora en condiciones de realizar plenamente su pensamiento político. Será un trabajo duro y persistente, que requerirá la vigilancia y el protagonismo del pueblo, unido por la confianza en un Gobierno consciente de que nuestra democracia necesita una firme consolidación de sus valores cívicos, el mejoramiento de aquellas instituciones laudables que persisten, el imperio de la ética y la claridad en la gestión pública, y una lucha precisa, fuerte y continua contra los problemas sociales y económicos.