Un país tomado

Guerras entre bandas, sicarios y la penetración de los intereses del narco en círculos de poder es motivo de pánico

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En plena crisis de los ochenta, un amigo peruano salió de su país ambicionando ingresar a Estados Unidos, trabajar y enviar dinero a sus padres. La travesía terrestre lo llevó por diferentes países y, al llegar a Costa Rica, el entorno lo sedujo. Decidió quedarse un día más, luego otro y, en ese devenir, encontró el amor; el sueño estadounidense fue relegado para siempre.

Años después, ya con familia, regresó a visitar a sus padres. Una mañana, salió a caminar por las calles de Lima con su pequeña hija, y en la esquina vio un desfile militar.

Los soldados marchaban acompasados, con pesadas armas al hombro, seguidos de grandes tanques de guerra. La escena le provocó un terrible miedo, sus piernas temblaban, sudaba frío y el pulso se le aceleró. Como pudo, tomó a su hija en brazos y corrió hacia la casa familiar.

Algo que unos años atrás era cotidiano, motivo de emoción y orgullo, le causó pánico en aquel momento. Costa Rica lo había absorbido hasta los tuétanos. La habitualidad de nuestra paz se había instalado en él como sello inequívoco de que su naturalización como costarricense era genuina.

Forja de valores

Si bien la abolición del ejército hace 75 años fue un acto trascendental, historiadores, filósofos y antropólogos sostienen que la forja de nuestra buena vecindad, concordia, paz y democracia se gesta en la época precolombina.

Nuestros indígenas vivían ligados a la selva y el río. La guerra o usurpación de otras tribus nunca fue su leitmotiv; tampoco, la esclavización de otros para construir ciudades monumentales.

Durante la colonia, aquellos principios se mantuvieron, pese a la mezcla de culturas que no siempre fue armoniosa. Tampoco peleamos por nuestra independencia, nos cayó por sorpresa y entre nublados del día.

A lo largo de nuestra formación como Estado y luego como República, diferentes próceres defendieron los mismos valores, a veces a costa de sangre derramada.

Quizás por gozar de valores por los cuales nuestra generación no peleó, ni le significó sacrificio, no lo aquilatamos, nos provoca indiferencia, y, en algunos, negación. Pero basta con perder algo para valorarlo. Sin ir más lejos, el ejemplo de otros países de nuestro continente es contundente.

Como el cuento de Cortázar

En el cuento “La casa tomada”, de Julio Cortázar, un pequeño ruido, insignificante al principio, luego un golpe de puerta por acá, una silla que cae por allá, es el preámbulo de un proceso lento pero continuo, donde intrusos van tomando partes de la casa.

Los dueños se ven cada vez más arrinconados, hasta que la casa es totalmente tomada entre la resignación de sus propietarios, que la abandonan.

La incursión del narcotráfico, lenta pero progresiva, en diferentes estratos sociales, actividades, lugares e instituciones, hace pensar que también un país puede ser tomado, gradualmente, a vista y paciencia de todos.

Las noticias de guerras entre bandas, sicarios y la penetración de los intereses del narco en círculos de poder político son motivos de pánico.

Hasta aquí hemos vivido en paz, concordia y democracia. Pero el futuro no está garantizado. Las estadísticas y noticias diarias sobre el crimen organizado no debemos percibirlas como lejanas a nuestra familia o entorno.

Si esto no nos produce taquicardia, sudoración, temblor de piernas o terror, es porque lo estamos normalizando y, con ello, perdiendo la capacidad de reacción.

Les toca a esta generación, a los actuales gobernantes e instituciones, es decir, a todos, tomar conciencia y actuar para evitar que el país sea finalmente tomado. Mañana podría ser demasiado tarde.

vchacon.cr@gmail.com

El autor es economista.