Un muerto en la cajuela

La policía necesita condiciones y buenos salarios para brindarnos seguridad

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Mi barrio Robledal, en Uruca, es apacible y organizado. Los vecinos nos preocupamos por el ornato y la seguridad. Dicen los policías que es uno de los más seguros de San José.

La dulce mansedumbre se alteró cuando encontraron hace unos días, muy cerca del parque, un vehículo con un cadáver maniatado y envuelto en plástico.

Nuestro barrio fue profanado por un cadáver desconocido que nos puso de cabeza. A lo mejor, pura diversión de los asesinos para robarnos la paz, o un simple “Tin Marín de Do Pingüé, Cúcara Mácara títere fue, yo no fui, fue Teté”. ¿y a Teté?, nunca la encontraremos.

¿Les parece una novela negra conocida? Costa Rica es nuestro barrio y el cadáver en la cajuela es la inseguridad que nos acosa como un fantasma indeseable que grita “bu” en las esquinas.

La Policía Municipal de San José es un ejemplo de dedicación y amor por su labor. Muchachos que vigilan nuestros barrios y cuidan nuestra integridad, pero es insuficiente.

Si preguntamos por sus ingresos mensuales, se nos cae la cara de pena por haber permitido la inmisericorde explotación de quienes exponen la vida por un salario que da vergüenza.

El libertinaje de los maleantes obliga a las autoridades a pensar antes de defender su vida, pues si “se exceden” terminan siendo victimizados por una sociedad hipócrita que los condena por defenderla.

Los derechos civiles cobijan a los delincuentes con una excesiva misericordia que conduce al irrespeto y la agresión de nuestra policía por los grupos criminales de minidelincuentes, que se creen Escobar Gaviria de callejón y que, alimentados por las series sobre narcos, se sienten líderes de cartulina, pero con poder de asesinar, envenenar a niños y jóvenes con drogas de quinta categoría y hacer lo que les place enfrente de las autoridades.

Las guerras de poder son desiguales: una policía mal pagada, mal defendida, en contra de una mafia prepotente que se alimenta de la inoperancia de ministerios y altos mandos, y con suficiente dinero para comprar conciencias y convertir a niños y jóvenes en consumidores, primero, con sustancias depresoras, estimulantes y, por último, perturbadoras.

¿Qué hacer? Colocar al ministro adecuado en Seguridad Pública. Jorge Torres me suena. Parece un hombre con conocimiento en la materia, tiene experiencia y no es prepotente.

El currículo no es suficiente para que desempeñe un buen papel. Necesita que le suelten amarras y le den presupuesto. Un ministerio sin recursos se diluye en buenas intenciones. Un ministro amarrado por proteccionismos a favor de los delincuentes es pésima señal para los mafiosos que campean en nuestras calles, se introducen en nuestros hogares, roban, violan, destruyen.

Nos quitan el sueño y nos obligan a volvernos desconfiados, poco amables, poco solidarios, a veces nos vuelven crueles, con pensamientos de venganza que nos achica el alma y ensombrece el corazón.

¿Y la justicia superior, o sea, el Poder Judicial? Lamento decir que es el hermanito tonto de los derechos mal manejados, de la corrupción que tienta un día sí y otro también.

Aunque quieran ejercer una justicia pronta y mucho menos cumplida, el exceso de papelería y trámites absurdos los tiene abrumados.

Me duele pensar que no pueden ser creativos e ir más allá de sus labores, que no pueden actuar sobre asuntos realmente eficaces que acabarán con el cáncer de la corrupción que nos tiene en cuidados intensivos. También ellos tienen una camisa de fuerza impuesta por grupos de interés.

Impera la mal llamada economía de ahorrar en cosas fundamentales y dilapidar en las superfluas. ¿Recuerdan las galletas de Ottón? Más parecía un mal chiste que un buen consejo.

El alimento de la policía, sus salarios, sus botas, sus uniformes, sus patrullas, sus motos deben ser de calidad si les exigimos ser profesionales de primer nivel.

Algunas casetas parecen tugurios, no espacios dignos de albergar a quienes defienden nuestras vidas y nuestros hogares.

Mi conclusión es que el muerto en la cajuela es un remedo de la realidad kafkiana que azota al Ministerio de Seguridad Pública, que durante la última administración estuvo sin padre ni madre, sin una figura presente que nos hiciera sentir confiados y agradecidos.

Los ministros no deben esperar la noticia bomba para salir en los noticiarios, no deben vestirse con ropa ajena y salir en los medios a alardear de su eficiencia cuando se incautan de droga, que solo han visto en fotos.

La seguridad de un país debe estar en primer plano entre las decisiones políticas y presupuestarias. Debemos honrar con buenos salarios y mejores condiciones a quienes nos cuidan de noche y de día. De otra forma, no exijamos ni pidamos tener un policía enfrente de cada una de nuestras casas o negocios.

sarayamador@telefides.com

La autora es comunicadora.