Un clima inclemente

Costa Rica contribuye de modo efectivo en la lucha contra el cambio climático

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Además de experimentar cada día los efectos de fuertes aguaceros, en estas semanas hemos visto un sinnúmero de reportajes acerca de deslaves, inundaciones, cierres de carreteras, olas inmensas que invaden playas y poblados de Costa Rica y otros fenómenos semejantes.

Es probable que desde el punto de vista noticioso, las incidencias ocurridas en la carretera a Caldera se lleven las palmas, pues ciertamente el diseño que hace treinta años se hizo no previó los cambios en las normas de seguridad, el incremento en el flujo de vehículos, ni los errores cometidos durante la construcción o la supervisión.

Pero también es cierto que esa carretera, y las que pasan por Cambronero, por el Zurquí, por el cerro de la Muerte y otras muchas, sufren el embate del cambio climático en forma de lluvias torrenciales o cabezas de agua poderosas e inesperadas, así como de la saturación de suelos y sistemas de drenaje, que destruyen viviendas y cosechas y representan verdaderas tragedias para miles de familias muy pobres.

Fenómeno local y global. No deja de sorprender que la mayoría de los reportajes se abstiene de hacer conexiones entre estas catástrofes y el fenómeno del cambio climático. Anunciado desde la Cumbre de la Tierra en 1992, el cambio climático nos afecta de modo cada vez más severo. No se trata de algo que ocurre en un lejano país de Asia u Oceanía. Es un fenómeno mundial y también costarricense. Y las carreteras nacionales sufrirán mayor deterioro y serán más inseguras, porque a los errores humanos en materia de obras públicas, hay que añadir ahora y seguir añadiendo en el futuro inmediato un aumento de los eventos climáticos extremos.

Todos los países del mundo enfrentamos presión para destinar cada vez más recursos al cambio climático global, que no depende de la voluntad de este o aquel país sino que deriva de una naturaleza en desequilibrio por acción del ser humano. Todos hemos de tomar medidas para adaptarnos ante las primeras manifestaciones y efectos de ese fenómeno y a la vez ejercer la responsabilidad compartida y diferenciada de mitigar las acciones que lo exacerban. Ambas acciones demandan recursos adicionales.

Costos impostergables. Costa Rica procura coadyuvar, de modo concreto y efectivo, en la lucha contra el cambio climático, y entre otras vías se ha propuesto alcanzar en el 2021 la meta de convertirse en el primer país del mundo en ser carbono neutro. Al respecto, los esfuerzos dirigidos a lograr este objetivo conllevan un costo enorme.

Durante los próximos dos decenios, ese monto deberá ser aproximadamente del 1% del producto interno bruto (PIB) anual. A esto debe sumarse el costo de adaptar, mantener o reconstruir obras públicas (carreteras, puentes, represas, escuelas, hospitales y muchas otras) y proyectos privados (viviendas, obras de riego, hoteles, plantaciones de banano, piña o palma africana, etc.), el cual en el 2006 representó el 0,36% del PIB. Para el presente año estimamos gastar casi un 0,5% y continuará aumentando. El fuerte impacto de estas actividades de reconstrucción hace, además, que quede muy poco disponible para actividades u obras de prevención.

A fines de este año, el mundo analizará en Cancún los efectos del cambio climático. La reunión, conocida en los medios informativos como COP XVI, contará con la presencia de prácticamente todos los países. Costa Rica propone hacer un alto en el camino e invertir nuestros esfuerzos para que esa conferencia no sea un nuevo fracaso para la humanidad, sino que los países desarrollados den una luz de esperanza y comprometan fondos y acciones sustanciales. Eso daría un vigoroso estímulo para que los demás países saquen fuerzas de flaqueza para aportar también su granito de arena. En caso contrario, todos seremos víctimas.

Las primeras víctimas serán los 43 pequeños Estados insulares y las poblaciones más pobres (incluyendo extensas áreas de Puntarenas) que son y serán los más afectados por los cambios en el nivel del mar, huracanes, sequías e inundaciones. Algunos de esos países, como las islas Maldivas o Tuvalu, saben que perderán más de la mitad de su territorio en pocos años o que podrían llegar a desaparecer. Todos ellos dependen de nuestra solidaridad y de la defensa de un derecho humano básico: el derecho a la vida y a sobrevivir como nación.