Un año de divergencia

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LAGUNA BEACH – En el próximo año, el de la “divergencia” será un importante tema económico mundial, aplicado a tendencias, políticas y resultados económicos. Al avanzar el año, esas divergencias llegarán a ser cada vez más difíciles de conciliar, por lo que las autoridades se encontrarán ante una disyuntiva: superar los obstáculos que han impedido hasta ahora la adopción de medidas eficaces o correr el peligro de permitir que se desestabilicen sus economías.

La economía mundial de múltiples velocidades estará dominada por cuatro grupos de países. El primero, encabezado por Estados Unidos, experimentará una continua mejora de sus resultados económicos. Sus mercados laborales se volverán más fuertes, con una creación de empleo que irá acompañada de una recuperación de los salarios. Los beneficios del crecimiento económico estarán distribuidos de forma menos desigual que en los últimos años, aunque una parte desproporcionada seguirá correspondiendo a los que ya tienen una situación mejor.

El segundo grupo, encabezado por China, se estabilizará con tasas de crecimiento menores que las medias recientes y sin precedentes, y al mismo tiempo seguirá madurando estructuralmente. Reorientarán gradualmente sus modelos de crecimiento para hacerlos más sostenibles, empeño que algunos episodios ocasionales de inestabilidad de los mercados financieros mundiales sacudirán, pero no desbaratarán, y se esforzarán por profundizar sus mercados internos, mejorar sus marcos reglamentadores, fortalecer el sector privado y ampliar el alcance de la versión económica basada en el mercado.

El tercer grupo, encabezado por Europa, seguirá teniendo problemas, pues el continuo estancamiento económico contribuye al desencanto en algunos países y complica las decisiones normativas regionales. Un crecimiento anémico, unas fuerzas deflacionarias y unas bolsas de endeudamiento excesivo obstaculizarán la inversión, con lo cual inclinarán la balanza del riesgo en sentido negativo. En las economías más afectadas, el desempleo, en particular entre los jóvenes, seguirá siendo alarmantemente elevado y persistente.

El grupo final comprende los países “azarosos”, cuyo tamaño y conectividad tienen importantes consecuencias sistémicas. El ejemplo más notable es Rusia. Al afrontar una recesión económica cada vez más profunda, una divisa hundida, una fuga de capitales y escaseces causadas por la contracción de las importaciones, el presidente, Vladimir Putin, tendrá que decidirse a cambiar su actitud para con Ucrania, restablecer el diálogo con Occidente, con miras al levantamiento de las sanciones, y configurar una economía más diversificada y sostenible.

La opción sustitutiva sería la de intentar desviar el descontento interno ampliando la intervención en Ucrania. El resultado de esa actitud sería, casi con toda probabilidad, una nueva ronda de sanciones, seguidas de otras contrarias, lo que inclinaría a Rusia hacia una recesión más profunda –y tal vez desencadenaría incluso una inestabilidad política o la adopción de más riesgos en materia de política exterior–, al tiempo que exacerbaría el malestar económico de Europa.

Brasil es otro caso “azaroso” y notable. La presidenta, Dilma Rousseff, escarmentada por haber estado a punto de perder las recientes elecciones presidenciales, ha indicado su disposición a mejorar la gestión macroeconómica, incluida la resistencia a recaer en el estatismo, cuyos beneficios potenciales no compensarían ahora sus daños colaterales y consecuencias no deseadas. Si lo consigue, Brasil se uniría a México con su contribución a una Latinoamérica más estable en el 2015, lo que ayudaría a la región a superar los efectos perturbadores de una economía venezolana afectada por unos menores precios del petróleo.

Los resultados económicos de múltiples velocidades contribuirán a unos bancos centrales de múltiples vías, al intensificarse la presión de unas políticas monetarias divergentes, en particular en las economías avanzadas, sistémicamente importantes. Es probable que la Reserva Federal de los Estados Unidos, tras haber puesto fin ahora a sus compras en gran escala de activos a largo plazo, comience a subir los tipos de interés en el tercer trimestre del 2015. En cambio, el Banco Central Europeo proseguirá con su versión de la relajación cuantitativa, al introducir en el primer trimestre del año un conjunto de nuevas medidas para ampliar su balance. El Banco de Japón mantendrá su intenso esfuerzo de estímulo monetario.

Naturalmente, no hay un límite teórico a la divergencia. El problema estriba en que los cambios de los tipos de interés representan ahora el único mecanismo para la conciliación, pues la división entre ciertas valoraciones de los mercados y sus factores fundamentales ha llegado a ser tal, que los precios son vulnerables a los episodios de inestabilidad.

Para Estados Unidos, la combinación de una economía más fuerte y una política monetaria menos acomodaticia ejercerá una presión suplementaria en pro de la subida del tipo de cambio del dólar, que ya se ha apreciado en gran medida, frente al euro y al yen. Como serán pocos los demás países dispuestos a permitir que sus divisas se fortalezcan, la tendencia del dólar a la apreciación seguirá siendo fuerte y amplia, lo cual podría desencadenar una oposición política interna.

Además, al resultar cada vez más difícil que los mercados de divisas desempeñen el papel de conciliadores pacíficos, pueden surgir fricciones entre los países, y esto podría perturbar la inhabitual calma que ha estado tranquilizando a los mercados de acciones.

Por fortuna, hay formas de velar por que las divergencias en el 2015 no provoquen perturbaciones económicas y financieras. De hecho, la mayoría de los Gobiernos –particularmente, Europa, Japón y Estados Unidos– tienen los instrumentos necesarios para desactivar las tensiones en aumento y, con ello, desencadenar el potencial productivo de sus economías.

La de evitar el potencial perturbador de la divergencia no es una cuestión de formulación normativa, pues ya existe una amplia –aunque no universal– coincidencia entre los economistas sobre las medidas necesarias en los niveles nacional, regional y mundial. Se trata, más bien, de una cuestión de ejecución y, para que esta sea correcta, hace falta una voluntad política intensa y sostenida.

En el próximo año, aumentará la presión a las autoridades para que aborden los riesgos de la divergencia. Las consecuencias de la inacción se prolongarán mucho más allá del 2015.

Mohamed A. El-Erian es asesor económico principal en Allianz y miembro de su Comité Ejecutivo Internacional. Es presidente del Consejo de Desarrollo Mundial del presidente Barack Obama, y su libro más reciente es When Markets Collide (Cuando los mercados colisionan). © Project Syndicate.