Última ocurrencia: un obispo especial para policías

¿Para qué otro obispo que pagaremos todos los ciudadanos?

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Ya uno, como simple ciudadano de a pie, no sabe si reír o llorar ante las ocurrencias de nuestra tercermundista clase política. La última, que en conjunto patrocinan dos altos funcionarios en las carteras de Seguridad y Gobernación, no tiene desperdicio: solicitar al Vaticano un obispo especial para policías . ( La Nación , 11/06/2013).

Saltan de inmediato algunas reflexiones: ¿Qué es esta incompetencia generalizada entre nuestros gobernantes que todo lo resuelven acudiendo a instancias extranjeras dentro de la figura de un vergonzoso pedigüeñismo ya institucionalizado en todos los niveles? ¿Por qué para dar formación “ética, moral y espiritual” a nuestros policías tenemos que acudir al Vaticano, cuya dudosa reputación en estos y otros campos es hoy día la comidilla de toda la prensa internacional?

Sabido es que nuestra absurda situación como Estado confesional católico nos obliga a sostener económicamente a ese culto particular; pero, entonces, ¿en qué han estado todos estos años los altos jerarcas católicos, con su ejército de curas y monjas, así como con su enseñanza religiosa como parte del sistema educativo público y privado?

Más aún, se nos informa de que ya hay (¡casi nada!) 17 capellanes y un vicario general dentro de las fuerzas policiales: tal parece que su labor ha sido estéril a la luz de tanta incompetencia en las funciones propias de tales cuerpos, por no decir de la desconfianza que inspiran en el ciudadano cuando a ellos acude. ¿Para qué se necesita otro obispo que pagaremos todos los ciudadanos? Por otra parte, al Gobierno central hay que frenarlo en su afán de resolverlo todo con más policías y su estímulo indirecto a la creación de cuerpos de seguridad privados. Hay problemas estructurales y funcionales en la sociedad actual que, de ser atacados como se debe, hacen innecesario tener más policías y crear más cárceles: mejor educación pública, más empleo, más vivienda digna, más seguridad, etc.

Y aún más: ¿qué es eso de formación ética, moral y espiritual? Sin entrar en la discusión de términos tan discutibles, ¿no es eso precisamente lo que la Iglesia Católica ha venido ofreciendo a los costarricenses con su dominio ideológico exclusivo desde tiempos de la Colonia? Habrá que convenir en que la Costa Rica de hoy es, en grandísima parte, el producto de tales enseñanzas... fallidas, por lo visto. ¿Para qué más de lo mismo? Obispos castrenses ya los hubo en las dictaduras de Franco y en las últimas latinoamericanas, y ha quedado muy clara su criminal complicidad con tales regímenes y su particular visión de lo “ético, moral y espiritual”.

Aparte de la necesidad imperiosa de contar con un Estado laico, independiente realmente de todo credo religioso o filosófico, la formación ética, moral y espiritual que un Estado moderno debe promover en sus ciudadanos no puede ser otra que la que deriva de la doctrina generalizada de los derechos humanos. Ellos no han caído del cielo: han surgido de la misma experiencia humana a lo largo de los siglos y después de incontables luchas sociales. Son parte del derecho internacional y se corresponden con la razón de ser de numerosas instituciones políticas y jurídicas en la escena internacional, expresada en numerosos documentos de carácter obligatorio, refrendados por nuestros sucesivos gobiernos.

Finalmente, nuestros gobernantes harían bien en abstenerse de ser tan ramplones en eso de imponernos públicamente sus preferencias religiosas. Deben su posición a todos los ciudadanos de un país que hoy día es diverso en innumerables aspectos: podemos estar seguros de que cuando piden nuestros votos no tocan para nada ese tema tan profundamente personal.