Trump y las realidades de gobernar

Los cien días no han dejado de ser una carrera contra el tiempo para Donald Trump

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Esta semana resulta clave para la administración Trump, no solo porque podría estar en juego la aprobación del presupuesto federal, sino también porque se marcan los primeros cien días de su gobierno.

Los cien días –un hito al que el mismo Trump considera ridículo prestar atención– no han dejado de ser una carrera contra el tiempo para mostrar productos tangibles y al menos los cimientos de la nueva “América Grande”.

Y es que detrás de la narrativa triunfalista de lo logrado hasta ahora, la agenda política de los últimos días, curiosamente, ha mostrado gran celeridad por promulgar una serie de acciones ejecutivas, que se intercalan con la presentación del proyecto de reforma impositiva y la introducción en el debate legislativo de lo que sería una nueva alternativa a la ley Obamacare, luego de que la primera propuesta fuese retirada de la Cámara de Representantes por la falta de apoyo de los republicanos más conservadores.

La presentación en campaña de un plan de acción para los cien días, que incluía ambiciosos objetivos, como el de eliminar al Estado Islámico y poner a disposición de los ciudadanos un sistema de salud que representaría únicamente “una fracción” del costo del Obamacare, servirá de referencia para evaluar el impacto de la administración hasta ahora.

Con una reducida lista de resultados, tales como el nombramiento del nuevo juez de la Corte Suprema de Justicia, el retiro del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP), la autorización para la construcción del oleoducto Keystone XL, la ampliación de facultades para las deportaciones y la prohibición del cabildeo de los funcionarios de Gobierno, Trump ha tenido que reconocer las realidades de la tarea de gobernar.

El fracaso para derogar y remplazar el Obamacare le ha mostrado las dificultades inherentes a la aprobación de la legislación necesaria para la consecución de sus objetivos gubernamentales, particularmente cuando se ha utilizado al partido que lo llevó al poder básicamente como un vehículo electoral, desconociendo los valores partidarios y la estrategia para negociar con las fracciones internas.

Gobierno por decreto. Tras descubrir la varita mágica de gobernar por decreto, Trump ha promulgado en estos cien días alrededor de 25 acciones ejecutivas, más que cualquier otro presidente; sin embargo, la suspensión por parte de los jueces federales de dos importantes decretos orientados a prohibir la entrada temporal de inmigrantes provenientes de países con mayoría musulmana, lo enfrentaron con la realidad de gobernar en un Estado democrático, en el cual las decisiones pueden ser contestadas por los otros órganos del Estado y por la misma opinión pública.

Con una aprobación del 40% de su gestión –la más baja de todos los presidentes en el mismo período–, Trump está ahora obligado a comprobar que las limitaciones para echar a andar su agenda no serán parte de un patrón, sino de un proceso de definición y acomodo de su gobierno. Pero al menos a corto plazo, no existen indicios que detecten una mejor suerte, siendo desde ya evidente la falta de consentimiento –no solo por parte del partido demócrata, sino de varios miembros del partido republicano– para aprobar el financiamiento de uno de los mayores símbolos de su campaña: la construcción del muro.

Y a este escepticismo respecto a la labor gubernamental hasta ahora habría que agregar el impacto que podrían tener –en caso de darse pronto– nuevas revelaciones relacionadas con la investigación de las agencias de inteligencia y el Congreso sobre la intervención rusa en los comicios estadounidenses y el eventual papel del staff de campaña de Trump en este proceso.

Énfasis internacional. La carencia de logros internos ha estado acompañada de una mayor actividad en la escena internacional, contradiciendo lo que al parecer sería un gobierno enfocado en los asuntos domésticos. Las posiciones o acciones respecto a China, la OTAN, Siria y Canadá mostraron también un desfase con lo esbozado en las promesas de campaña de política exterior.

Varias de sus políticas domésticas e internacionales han puesto en evidencia la inexistencia de un proceso de formulación de políticas públicas estructurado y fundamentado en la coordinación interagencial, que permita diseñar iniciativas informadas en su forma y contenido.

Trump ha preferido concentrar la articulación de las políticas en un reducido núcleo de ayudantes y asesores regidos por el pragmatismo más que por la opinión de los expertos y la solidez de los datos duros. Los problemas técnicos y jurídicos de las restricciones migratorias, por ejemplo, fueron prueba de ello.

Sean esos fracasos y debilidades parte de un proceso de aprendizaje o no, está claro que las elecciones de reemplazos al Congreso en distritos específicos en Georgia y en Kansas han servido para medir fuerzas de lo que podría ser la elección de congresistas del 2018, y los signos no son alentadores.

A pesar de que el 96% de los Trumpistas no se arrepiente de haber votado por Trump, habrá que ver el impacto positivo o negativo que pueda tener su gobierno sobre la situación económica de estos en el tiempo, así como la posición de los que se abstuvieron y consideran que su abstención pagó un alto precio, de los indecisos poco convencidos que votaron por él, e incluso de los republicanos moderados o conservadores que piensen que el partido en el poder no los representa.

La autora es politóloga.