Trump: retroceso civilizatorio

Hay algo mucho peor a que Trump no cumpla sus promesas … que las cumpla

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Las posiciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ante los extranjeros, las mujeres, las personas con discapacidad, los afrodescendientes, el calentamiento global y los programas sociales, su disposición a provocar una nueva guerra fría y una carrera armamentista, su compromiso de despedazar los acuerdos con Irán, su promesa de arrasar militarmente con quien difiera de Estados Unidos, su apoyo incondicional a la ocupación de territorio palestino por parte de Israel y su deseo de utilizar la tortura en los interrogatorios de la CIA, son incompatibles con los valores llamados a imponerse en la historia y con la paz.

Esencialmente, una parte de Estados Unidos ha votado por el oscurantismo y a elegido a un bully como presidente. Trump ignora las leyes básicas de la economía, es indiferente a la ideología de los derechos humanos y desconoce totalmente los límites legales que regulan la administración política.

En relación con este último punto, o Trump miente cuando se compromete con ciertas medidas o ignora por completo el principio de legalidad que en una democracia ordena la gestión de un presidente o de cualquier funcionario de gobierno.

Es tal el peligro Trump, que en su discurso de juramentación –¡leía, no improvisaba!– afirmó que el pueblo norteamericano “determinará el rumbo de Estados Unidos y del mundo por muchos, muchos años” ( We, the citizens of America (…) will determine the course of America and the world for many, many years to come ). Este desplante al resto de los países –uno más– será utilizado por grupos terroristas, por Putin, China y por cuanto enemigo potencial tenga Estados Unidos para justificar actos que alimentarán el circulo vicioso de la violencia.

Solo espero que la fuerte institucionalidad norteamericana, su prensa independiente, los demócratas y los republicanos menos toscos, le impidan materializar sus aspiraciones.

Riesgosa decepción. Sin embargo, debe advertirse que esto tiene su costo. Los fanáticos del Tea Party, la derecha religiosa, los racistas, los miembros de la Asociación Nacional del Rifle, etc. –los protagonistas de los enojos sobre los cuales ha construido su plataforma política– sufrirán tal desencanto si Trump no les cumple, que podrían desencadenar un caos social y hasta violencia política. Pero esas consecuencias serían menos graves a las que se derivarían si se le permite a Trump cumplir sus promesas. De hecho creo que hay algo mucho peor a que no cumpla sus promesas: que las cumpla.

En fin, mi vaticinio es que Estados Unidos, y en alguna medida el mundo, está por acompañar a Odiseo hacia el estrecho de Mesina, de tal manera que si evitamos a Caribdis seremos devorados por Escila. Por lo anterior, Trump nunca será reelegido para un segundo período. Se trata de una pesadilla de cuatro años.

También creo que Estados Unidos se recuperará. Ya lo ha hecho en el pasado, tanto de desastres autoinflingidos, como la humillación en la guerra de Vietnam, como de aquellos de los que ha sido víctima, verbigracia, el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono en setiembre del 2001.

Tampoco es esta la primera vez que delirios básicos y primitivos dominan la política norteamericana. Por ejemplo, en 1920 el fanatismo religioso logró que la clase política aprobara una enmienda a la Constitución para prohibir la importación, producción, transporte o consumo de bebidas alcohólicas. Ello condujo a una gigantesca economía clandestina y al fortalecimiento de la mafia. Trece años después la medida fue eliminada sin mayores consecuencias posteriores.

A inicios de los 50, un ideólogo fanático de la derecha nacionalista similar a Trump, el senador Joseph McCarthy, logró generalizar políticas represivas, acusaciones de traición y subversión, listas negras, encarcelamientos y despidos a cuanta persona se atreviera a expresar conceptos progresistas (dentro de ellos, Albert Einstein, Charlie Chaplin y centenares de actores, actrices, escritores y científicos). Después de un lustro y mucha división, el país salió de la pesadilla y recuperó la unidad nacional.

De igual manera el país salió intacto y retomó el rumbo luego de la crisis del Watergate y el retiro prematuro de Nixon de la presidencia o de las mentiras de Bush II y el desastre de la invasión a Irak.

En fin, creo que Estados Unidos –su sistema político, su institucionalidad democrática, su economía– es más fuerte que un burdo extremista guiado por instintos primitivos; aunque este sea el presidente del país.

¿Retroceso civilizatorio? No por ello la elección de Trump debe ser tomada a la ligera. No me sorprende que exista una persona que albergue en su cabeza y su corazón los elevados niveles de racismo, machismo e irrespeto a la dignidad de las mujeres o de las personas con discapacidad o que sea tan ignorante del concepto “derechos humanos”, como Trump. Lamentablemente en el mundo existen muchos Trumps. Lo que sí me atormenta es que exista tanta gente dispuesta a votar por una persona con esas limitaciones para que sea su presidente. Sobre todo cuando se trata de votantes que habitan en un país productor de premios nobel en todos los campos del saber, con excelentes universidades y una vocación histórica por la ciencia, el conocimiento y el avance tecnológico.

No comprendo cómo la brigada de periodistas, por ejemplo de Fox News, es capaz de poner la cara para defender a Trump aún después de sus aberrantes declaraciones y sus reiteradas contradicciones.

En fin, ¿cómo, el mismo país que eligió a Obama –un “salto civilizatorio”, tal y como me lo definió el escritor Quince Duncan hace ocho años– también elige a Trump; sin duda un gigantesco retroceso civilizatorio?

Lo más alarmante es que Trump gana las elecciones en un país que no está en crisis. Normalmente este tipo de extremismos demagógicos ascienden al poder en el contexto de severas dificultades económicas, sociales o éticas. Por ejemplo, la elección de la irresponsabilidad y la quimera chavista se dio en el contexto de la masiva corrupción de la política tradicional venezolana. Pero la economía norteamericana está creciendo a tasas superiores a las de cualquier país desarrollado, su desempleo está a niveles mínimos (considerados como empleo pleno) y la administración Obama no ha sido manchada por ningún acto de corrupción. ¿Qué tipo de políticos podrían ser electos en Estados Unidos si fuesen afectados por una verdadera crisis?

Trump pidió votos para make America great again (para “hacer que Estados Unidos recupere su grandeza”). Hasta ahora, solo ha revelado que su fanatismo y su intolerancia, sus actitudes discriminatorias contra las mujeres, los no blancos y los no cristianos y su desconocimiento de las normas que posibilitan el mantenimiento de la paz en el mundo, es compartido por una parte de la población de su país. Por ello, hasta ahora, más bien ha empequeñecido a Estados Unidos.

Solo esperamos que el otro Estados Unidos –el culto e informado– utilice las herramientas de la democracia para impedirle a Donald Trump implementar sus aberraciones, y que lo haga pronto.

El autor es diputado del PAC.