Tres tercos tropiezos

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Hoy he decidido hablar acerca de tres tercos tropiezos, tres casos tomados de la realidad, que invitan a hacer algunas reflexiones.

1. Infantes e inocentes. Esa infanta (que sea española o indostaní), que hable, hable: pese a que por lastre etimológico está medio inválida de hacerlo (in-fante: que no habla, según raíces en latín) que diga la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad. No venga ahora con el rollo (recurso también en boga por aquí) de que: “No sabía, señor juez”. Existe también el anverso de la medalla: que aunque el rey está desnudo o anda cazando rinocerontes, y después le duele la cadera, de la boca de los niños sale la verdad. Solo que esa “pariente del rey que por gracia real obtiene el título de infante o infanta” (así reza el diccionario) ni media gracia nos hace. Por la foto la vemos sonriendo, que no sonrojando, ante los periodistas. Debe tener algo más que la edad de la inocencia (el que no sabe) y sigue aparentando no saber ni pío.

2. Ampollas y ampolletas. Leo: “el duro informe de la ONU sobre pederastia en la Iglesia levanta ampollas”. Lamento: ese problema se arrastra no hace años, sino siglos, en todas las culturas (o más bien la falta de ella). La circunstancia de que se trata de religiosos para nada es atenuante, al contrario: resulta agravante. Encubrir nunca ha servido: ahora es mayor el escándalo y los medios de masas, no precisamente por puritanos de repente, otra vez aprovechan esa corriente para hacer su agosto.

La ampolleta que debe iluminar es que, lo mismo que otros pederastas, esos curas no curan sino que enferman. Tardó la Iglesia en enfrentar a los culpables, pero aquel Francisco ahora lo hace con mano firme y abiertamente.

Esos lobos con piel de oveja desacreditan la gran legión de honrados educadores que hubo y hay.

3. Acusados y excusadas. Los cónyuges, se supone que asumen todo en yunta, incluidos los hijos, si los hay. Pero en la práctica, por desavenencias abundan las separaciones tan desafortunadas como desiguales en reclamos y obligaciones. A diario, tantos casos afloran en los que la anhelada igualdad y la deseada equidad se falsean porque por desgracia suele aparecer un sesgo antivarón y promujer. Como si la infidelidad y los ingresos siempre vinieran de un solo lado: todo el tablero de la relación se está ajustando a una realidad mucho más compleja.

En aras de lo legítimo, más que lo legal, no hay derecho de aplastar al otro en la original yunta. Es hora de acabar con tanto prejuicio a favor de un género supuesto puro y débil cuando, parafraseando a Yadira Calvo, de lado y lado hay víctimas y cómplices.

Ojo: los tres tercos tropiezos visualizan problemas parejos y parecidos. Ya somos grandes pero infantiles, nos gusta jugar con fuego… quemando a otros. En los tres casos, dejemos el doble rasero. ¡Justicia para todos: sin sangre azul, sin tribunales diferenciados según los abusadores; tampoco un sesgo a priori a favor de ella en contra de él! Somos adultos, todos, pero por desgracia en los tres ejes trazados, con paralela tendencia a errar: todos somos grises, nada de blanquitos (como Blancanieves) versus negritos (“negro” pecado…). Castigo debe haber contra los que según la triada evocada, siempre tiran la cobija por un solo lado: el suyo. También debe haber, cada vez, posibilidad de enmendar, de recuperar la dignidad, entre humanos perfeccionables.

¡Ah!, y, por desgracia, en los tres casos, los niños suelen ser los patos de la fiesta.