Transgénicos y biotecnología agrícola

En el mundo existen cerca de 160 millones de hectáreas plantadas con cultivos transgénicos

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Para algunos, hablar de transgénicos es hablar sin asidero técnico, sin análisis situacional y, consecuentemente, sin seriedad ni profundidad. El tema, sin embargo, exige de todos, en especial de quienes no han tenido la oportunidad de familiarizarse con él, un estudio objetivo y responsable. Es interesante evidenciar cómo, después de décadas de consumir productos transgénicos, en nuestro país el debate parece devolverse en la historia.

Casi todo el maíz, la canola, la soya y el algodón (aceites vegetales que utilizamos para consumo humano desde hace 15 años) y que se cultivan en Estados Unidos, Brasil y Argentina, para producir pan, tortillas, aceites y alimentos para animales, son transgénicos.

Nuestro país importa el 95% del maíz que consume y que se utiliza en la alimentación de animales para la producción de carne de res, cerdo, aves, huevos y leche. También, se elaboran bienes para la producción de alimentos y medicamentos como el cuajo para hacer quesos, la levadura para cerveza y la insulina para los diabéticos, producidos por medios transgénicos.

Contrario a lo que han afirmado los grupos de oposición, los transgénicos son semillas mejoradas con tecnología que hacen posible la alta productividad, reducen el uso de agroquímicos y son totalmente seguras para el consumo humano.

Costa Rica cuenta con normativa en bioseguridad y siembras transgénicas para producción y exportación de semillas de alto valor y ha sido pionero en el tema en la región. Desde el año 1996, se tienen cultivos transgénicos; incluso, en los años 90 se sembró maíz transgénico en Guanacaste, sin que se reportara ningún efecto negativo sobre el ambiente o la salud, como tampoco ha sucedido en el resto del mundo que lo utiliza.

Lo que debemos saber acerca de los transgénicos es que son el resultado de años de investigación agrícola y una necesaria nueva etapa de la revolución verde, cuyas fases de desarrollo han sido cronológicamente: arar la tierra, sistemas de riego, fertilizantes químicos, agroquímicos y semillas híbridas, que salvó al mundo de grandes hambrunas y que hoy necesita avanzar hacia una mayor productividad en el agro para evitarlas de nuevo.

La población mundial alcanzará unos 9.200 millones de habitantes en el 2050, y, para alimentarla, la FAO ha señalado que se deben producir 55% más alimentos que hoy, pero en 24% menos tierra agrícola per cápita. Esto solo se podrá lograr con mayor producción por hectárea, por lo cual, aceptar la misma productividad que actualmente tenemos, o menos, es inmoral. Hoy se está investigando cómo utilizar la biotecnología para crear cultivos más resistentes a sequías y que puedan ser irrigadas con agua salina. Esto no es un tema de menor importancia dada la realidad del cambio climático.

La salud pública podría beneficiarse enormemente por el potencial de la biotecnología. Por ejemplo, se está investigando cómo aumentar el contenido de nutrientes de los alimentos, lograr menor alergenicidad y hasta posible vacunación a enfermedades por medio de la alimentación. Además, la biodiversidad y la agricultura sustentable se beneficiarían por el menor uso de tierra arable pues no tendríamos que usar más terreno para producir lo mismo, lo que evitaría serios conflictos y demandas para ampliar la frontera agrícola sin afectar zonas hoy protegidas, como ha sucedido en otros países.

Uno de los temas que genera más preocupación para los grupos ambientalistas es el “outcrossing”, que significa el desplazamiento o combinación de los cultivos desarrollados con semillas modificadas genéticamente con cultivos provenientes de semillas convencionales. La experiencia y la ciencia han mostrado que estos tipos de cruces se pueden evitar con medidas de control (distancias y barreras) y la custodia de las producciones transgénicas para resguardar la biodiversidad. Deberíamos establecer un banco de germoplasma de variedades autóctonas para el futuro.

La biotecnología agrícola representa una alternativa más para el agricultor, una forma de aumentar nuestra competitividad a nivel mundial, así como de asegurar un crecimiento de los empleos verdes, dado que el país cuenta con profesionales en la materia, listos para avanzar con fundamento, abandonando los discursos meramente ideológicos, que ni salvan vidas, ni protegen al ambiente, ni contribuyen a mitigar la huella de carbono, ni ayudan a garantizar la seguridad alimentaria.

Alvaro Sáenz Saborío. Presidente de la Cámara Nacional de Agricultura y Agroindustria (CNAA)