Todo costarricense debe conocer el Chirripó

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El Parque Nacional Chirripó fue creado en la década de los años ochentas. Cuenta con un área cercana a las 50 mil hectáreas, con altitudes variadas hasta llegar al Cerro: la máxima es de 3800 m, el punto geográfico más alto de Costa Rica.

En mi mente, la idea de la visita al Chirripó comenzó hace más de diez años, cuando un joven alemán, venido desde Westfalia, conversando en una reunión familiar, se mostró extrañado de que los ticos no conocíamos las cumbres de este cerro. Esa fue la semilla que germinó en la realización de nuestro viaje.

Tras organizarnos en familia, logramos conseguir el espacio necesario para hacer el paseo. Primeramente, nos dimos a la tarea de la preparación física, recomendada por los expertos, con ejercicios de acondicionamiento para superar el recorrido y la escalada. Semanas después, carretera expedita, un día luminoso y el Cerro de la Muerte totalmente despejado. ¡Qué maravilla bajar a la orilla de la carretera, en mangas de camisa, para observar el paisaje!

Llegamos a San Isidro, visitamos el mercado y comimos. Tomamos rumbo a San Gerardo, donde está la oficina del Minae. San Gerardo es el pequeño pueblo de gente muy amable y laboriosa donde inició la aventura. Nos quedamos en el pueblo y reconocimos el trato respetuoso de los pobladores y la deliciosa cuchara de la zona. Se siente la notable actitud de apoyo al visitante por parte de la comunidad y de las autoridades. Todo está concebido para que el foráneo la pase bien.

Paisaje inolvidable. En pie, antes del amanecer, desayuno y listos para iniciar la subida. La ilusión da la fuerza; la compañía asegura el disfrute y el logro. El grupo lo formamos cuatro optimistas: mi hijo, sus dos compañeras del Instituto Tecnológico de Costa Rica y quien les relata esta aventura.

A los cuatro kilómetros del inicio de la caminata, aparece la puerta de ingreso al parque. Los senderos bien señalados, con inscripciones en rótulos, producto del apoyo económico del Banco Nacional. Igualmente, existen letreros al lado de la vereda, que estimulan al andarín a no flaquear en su intento. ¡Hermosos gestos de otros seres humanos que recorrieron con éxito aquella senda!

Antes del kilómetro 2, durante varios minutos, una pareja de quetzales nos da la bienvenida y nos acompaña, brincando entre las ramas del aún claroscuro bosque. Quedaron sus imágenes grabadas en las fotografías del bosque tropical… verde, siempre verde, hasta el fin de los tiempos.

Frío mañanero, calor en el cuerpo por el esfuerzo al trepar por la calzada cubierta de hojas, pero ánimo siempre. A ratos, el paso se hace muy duro; sin embargo, la preparación previa, un sorbo de miel de abeja y un trago de agua vienen en auxilio del soñador que llevamos dentro.

En el bosque de los líquenes, las “barbas de viejo”, colgantes y temblorosas, dibujan figuras que forman el telón de fondo de un escenario donde crecen flores, revolotean mariposas y los pájaros entonan una sinfonía insólita. El caminar silencioso y el aislamiento nos llevan a un estado de tranquilidad mental, es como un espacio y un tiempo para meditar sobre tantas cosas y sobre todo: la vida, por ejemplo. Se da como una especie de limpieza interior que disminuye la fatiga. Entonces, para iniciar la aventura, el corazón y la mente se acercan y el disfrute está garantizado.

Se llega al albergue, que tiene frente a sí los crestones: esos farallones que en la mañana son de color gris, y al atardecer se bañan de oro, un símbolo puesto por la naturaleza como adorno al macizo y asomo de su señorío. Las personas que manejan el albergue Los Crestones tienen un entrenamiento admirable para tratar al visitante. Este albergue es un orgullo para el Sistema de Parques Nacionales. Felicitaciones por la infraestructura, la educación y amabilidad con que asisten a las personas los funcionarios destacados allá.

En la noche, el plenilunio da luz al lugar. La luz y las sombras hacen que nuestra imaginación esculpa figuras en los montes circundantes. Estrellas… ¡cuántas estrellas en el firmamento! Nos recuerdan que en la ciudad se camuflan entre las luces de los edificios. Luna, estrellas, montes, caminantes…todo lo necesario para invocar la fuerza poética del ser humano. Los atardeceres son hermosos; pero los amaneceres son inolvidables cuando las cumbres se matizan y se recortan contra el firmamento.

Aventura en lo alto. La culminación de la vivencia es el ascenso al Cerro. Desde la cúspide, se puede divisar el país entero: los dos océanos, otras montañas, las lagunas, flores amarillas en los bordes del pico… Se desborda la emoción al llegar a la cumbre. Alguna solemnidad nos ocupa: la presencia de un libro en el cual anotar una afirmación, la bandera patria que ondea alegremente en un asta que señala el cielo.

La existencia de este lugar es un orgullo para nuestro país. Un país maravilloso que, a veces, por desconocimiento, subestimamos. Es un lugar natural que, en un momento de calma, inventó el Creador, como un regalo para los ticos.

Gracias a los pioneros que establecieron las bases para declarar este territorio parque nacional, así como por el establecimiento de otros parques similares. Siempre han existido costarricenses visionarios que han trabajado en silencio, sin aspavientos, que han estado y están en todos los campos haciendo el bien a la patria.

Un conocido me diijo tras su visita al Chirripó: “Es el lugar más bonito de Costa Rica”. Después de haber estado ahí, yo le agregaría que es uno de los lugares más hermosos de la Tierra. Como señaló aquel joven germano que nos visitó y se llevó una flor de nuestra tierra: “Todo costarricense debería conocer el Chirripó”.