Tiempo real

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Cuando las computadoras eran grandes y tenían memorias pequeñas, lo único que sucedía en tiempo real era el control automático (aplicaciones industriales y militares). Las aplicaciones que funcionan en tiempo real no tienen latencia (o es muy leve); cuando el usuario (ya sea persona o máquina) provee un insumo al sistema, la reacción del sistema es inmediata.

La inmediatez es una característica de nuestros tiempos, o, tal vez, más preciso sería decir: del tiempo de nuestros hijos y nietos. Para que un sistema pueda reaccionar de manera instantánea, es necesario contar con suficiente capacidad de procesamiento, y, si el sistema no está en el mismo lugar que el usuario, se debe contar, además, con suficiente ancho de banda.

Cuando un usuario accede a sus cuentas bancarias por Internet, se desespera esperando unos segundos, sin pensar que hace apenas unas décadas hacer lo mismo tomaba horas (viajando y haciendo filas). Cuando un usuario cuenta con una conexión de banda bien ancha, y el sistema de su banco no responde de manera instantánea, sabe de inmediato que la capacidad de procesamiento del banco es insuficiente para brindar un servicio en tiempo real.

Cabe preguntarse por qué los usuarios cada vez esperan más servicios en tiempo real, si hace pocos años nadie disponía de nada en tiempo real, y qué diferencia puede hacer el esperar un minuto, sobre todo en un país donde hay más tiempo que vida.

La respuesta está muy bien documentada: resulta que el tiempo real es adictivo. Hay muchos estudios que demuestran que los usuarios que disfrutan de conexiones a Internet de alta velocidad, compran muchos más servicios de Internet. Muchas críticas he leído acerca de la necesidad de “gratificación instantánea” de las nuevas generaciones: que hay que detenerse a disfrutar la vida, que hay que admirar el paisaje y deleitarse con la compañía de seres queridos en este gran planeta que vivimos, etc.. Uno puede tender a estar de acuerdo con esa imagen bucólica, pero, cuando uno termina de leer un libro digital y puede adquirir el próximo de manera casi inmediata, se da cuenta de que no solo leemos más (porque es mucho más fácil conseguir el libro), sino que también protegemos el ambiente al no levantarnos del sillón para ir a la librería.

Personalmente, me parece que en la raíz de este asunto (el tiempo real es adictivo) está la velocidad con que nuestro cerebro procesa información. Dice Raymond Kurzweil que podemos hacer 1016 operaciones por segundo. Hoy en día hay pocas computadoras capaces de eso. La Internet, y en particular la computación en la nube, nos da la posibilidad de interactuar con procesadores más lentos que el cerebro, pero con mucha más información almacenada. Sistemas capaces de responder en tiempo (casi) real nos permiten explorar muchas diferentes posibilidades en muy poco tiempo. Pero, cuando la respuesta tarda más de lo debido, nos desconcentramos (el cerebro no se detiene) y terminamos haciendo otra cosa.

En una muy reciente publicación de netindex.com, comparan las velocidades de Internet doméstico de 186 países, en la cual Costa Rica aparece en el lugar 151. El promedio mundial es de 16,2 Mbps y el promedio de Costa Rica es de 3,32 Mbps. Una vez más, esto es prueba de que el ancho de banda en nuestro país es, en realidad, angosto de banda. Los primeros en este ranquin son Hong Kong, Singapur, Rumania, Corea, y Suecia. Cabe notar que Panamá, Haití, Honduras y Nicaragua aparecen mejor que nosotros.

La apertura de las telecomunicaciones debió acercarnos a la posibilidad de vivir más en tiempo real, pero, mientras el resto del mundo acelera el proceso, en Costa Rica la apertura nos ha quedado debiendo. Seguimos teniendo servicios de Internet lentos, caros y asimétricos.